Cloe abrió los ojos y recorrió con la mirada la habitación. Su mirada se detuvo al ver a Fabrizio. Él estaba recostado con la cabeza sobre su vientre y sujetaba una de sus manos. Tenía los ojos cerrados y la respiración acompasada.
Llevó su mano libre hasta su cabeza y con movimientos delicados empezó acariciarlo. Fabrizio había estado bastante increíble durante las últimas horas. El parto había durado cerca de catorce horas y durante todo ese tiempo él había estado a su lado sujetando su mano, ofreciéndole agua y sujetándola mientras caminaba de un lado a otro.
Cloe recordaba haberlo maldecido en más de una ocasión, no recordaba algunas cosas de las que había dicho, pero seguro no habían sido coas agradables; sin embargo, él se había limitado a estar de acuerdo con ella en todo.
Fabrizio se despertó, la miró directo a los ojos y esbozó una sonrisa de lado.
—¿A qué hora despertaste? —preguntó él casi en un susurro.
—Apenas unos minutos atrás. ¿Y Leandro?
—En el área de recién nacidos,