El rostro de Diana se tornó pálido. Su estómago se revolvía. Aunque antes había logrado escapar rápidamente al baño, los hombres no estaban dispuestos a darle un respiro. Se sentía hinchada, con un sabor amargo persistente en la boca. Dudó, suplicando con la mirada.
—Señor Davis, yo…
El hombre perdió la paciencia.
—¿Qué? ¿A ellos les obedeces sin rechistar y conmigo vacilas? ¿Intentas hacerme quedar en ridículo? ¿O acaso prefieres su compañía a la mía?
Sus palabras estaban cargadas de amenaza.
Él había sido un cliente importante de Emerald Artists Agency, uno de los más valiosos para Bianca. Si Bianca se enteraba de algún conflicto, las consecuencias serían graves.
Diana volvió a dudar, dividida entre sus límites físicos y la presión de no empeorar la situación.
Pero al ver que él perdía la paciencia y mostraba sus verdaderas intenciones, sintió que no tenía escapatoria.
Con una sonrisa cruel, él dijo:
—Está bien. Si no quieres beber por las buenas… lo harás por las malas.
El hombr