Después de empacar mis cosas, regresé al orfanato donde crecí.
Quería despedirme de la directora.
Doña Ana tenía más canas que la última vez.
Le había comprado regalos para varios años, porque en el fondo sabía que esta despedida iba para largo.
La abracé con fuerza.
—Mamá Ana, me voy. Esta vez será lejos. Muy lejos. Y no volveré pronto.
Me sostuvo la cara con sus manos calientes y me miró con esa ternura de siempre.
—Ivana, ¿qué te pasó, mi niña? ¿Estás bien?
¿Y esos dos, tu hermano y Nelson? ¿Dónde están? ¡Si decían que iban a cuidarte! Mírate, ya no eres la misma.
Le sonreí con suavidad.
—Nadie me hizo daño. Solo encontré a mi verdadera familia. Solo dame tu bendición.
Salí del orfanato con el corazón apretado.
Justo en ese momento, sonó el celular. Era una llamada.
—¡Feliz cumpleaños, hija! —dijeron los dos a la vez.
Mientras los escuchaba, llegó una notificación al celular: un depósito de un millón de dólares.
En el concepto decía: "¡Feliz cumpleaños, hija!"
Me quedé en silencio, mirando la pantalla.
Papá y mamá dijeron que, cuando volviera, me harían una fiesta enorme.
Caminé todo el día por la ciudad, sola.
No recibí ni un solo mensaje, ni de Hugo ni de Nelson.
Y dolía... dolía en el pecho, hasta dejarme sin aliento.
Ellos siempre competían por ver quién me felicitaba primero.
Un peluche, un pastelito, una carta... Nunca fallaban.
Pero esta vez, el sol ya se había escondido.
Y el celular seguía en silencio.
Cuando me di cuenta, ya estaba en la playa. Había bastante gente y una embarcación grande llena de luces. Desde lejos parecía una fiesta.
Estaba por darme la vuelta cuando alguien me tomó de la mano. Era Gloria.
—¡Ivana! —dijo con entusiasmo—. Hoy habrá lluvia de estrellas. Nelson y Hugo me trajeron para verla desde el yate. ¿Vienes?
No me dio tiempo a contestar. Me arrastró hasta la cubierta.
Se acercó a mi oído y susurró:
—Dime, ¿tú crees que, en el fondo, te quieren más a ti o a mí?
Me quedé mirándola, confundida. No entendía nada. Y de pronto su expresión cambió.
Puso cara de susto y dio un paso atrás, soltándome la mano.
—¡Ivana, no! ¡Por favor, no me hagas esto!
Y de pronto gritó, con voz desesperada:
—¡Ivana, por favor, te lo ruego... déjame en paz!
Cayó hacia atrás, directo al agua.
Desde afuera, parecía que yo la había empujado.
En segundos, Hugo y Nelson corrieron hacia mí.
Me empujaron con fuerza, caí al suelo sin entender qué pasaba.
Los dos se lanzaron tras ella y la sacaron del mar.
Su cabeza había golpeado contra una roca, y tenía una herida abierta que le cubría todo el rostro de sangre.
De camino al hospital, los dos me miraban con una mezcla de rabia y desprecio.
Nadie me preguntó si estaba bien. No sentía el brazo derecho, así que lo dejé detrás del cuerpo, tratando de no mostrar el dolor. No dije nada.
En la sala de emergencias, gritaban que atendieran a Gloria primero.
Una doctora se acercó, notando mi brazo colgando.
—Tiene una fractura grave. Deberíamos tratarla ya.
—¡No es urgente! ¡Atiendan a Gloria! —gritaron los dos, al mismo tiempo.
Yo ya no sentía la mano. Sabía que si no me atendían pronto, tal vez no volvería a tocar el piano jamás.
—¿Podrían...? —intenté decir algo.
—¡Cállate! —me gritó Hugo—. ¡Si no hubieras empujado a Gloria, no estarías así! ¡Tú solita te lo buscaste!
—¿Qué ganas con hacerle daño? ¡Tú también fuiste huérfana! ¡Si no fuera porque te adoptamos, seguirías en la calle! ¡Y así nos pagas!
—Desde hoy, Gloria es mi hermana. Y si vuelvo a verte haciéndole daño... lo vas a lamentar.
Yo apenas podía hablar.
—¡Tu brazo está bien! ¡Ni sangre tiene! ¡No exageres! ¡Hazte a un lado! —gritó de nuevo.
Me dio una bofetada fuerte.
Perdí el equilibrio y me golpeé contra la pared.
El brazo quedó colgando, sostenido apenas por la piel.
Fue entonces que Nelson se acercó.
Estaba pálido, con la voz temblorosa.
—Ivana, tu brazo...