—Me besaste —dijo ella, con una especie de asombro ronco en la voz—. Nos besamos. Tú y yo, Tyler.
—Sí. —Su mirada se posó en sus labios, esos labios que había estudiado, con los que había soñado, fantaseado. Y que ahora podía saborear junto a los suyos. No estaba seguro de poder creerlo—. Sí.
Ella se llevó una mano a los labios y él no supo distinguir si le temblaban los dedos o si simplemente dudaba. Y él era Tyler Connelly. Era famoso por su seguridad en sí mismo, aunque sus detractores la describieran con otros términos. Fuera lo que fuese, la tenía a raudales. Podía entrar en cualquier habitación, hablar con cualquiera, construir imperios con la fuerza de su apretón de manos. Y, sin embargo, aquella criatura esbelta, de ojos dulces y cuello elegante, le hacía olvidar que era uno de los multimillonarios más jóvenes de Olkfield... y del mundo. Ella le hizo olvidar que normalmente lo trataban como a un hombre diez o veinte años mayor que él, tal era el poder que emanaba y la implacab