CAPÍTULO 44. Soy feliz
El colchón podía ser de piedra y aun así Victoria no lo hubiera sentido. Tenía el cuerpo tenso, adolorido, la piel le ardía y juraba que tenía ganas de morder algo.
—¿Por qué…? ¡Dios! ¿¡Por qué me duele!? —gimió cuando Franco se separó de su boca y la miró a los ojos.
—¿Cuándo te duele? —preguntó aunque ya sabía la respuesta.
—Cuando dejas de tocarme… ¡por favor no dejes de tocarme! —le rogó ella y el italiano hizo un puchero inconsciente mientras le abría las piernas y veía su sexo, oscuro y tenso, mojado, hermoso.
Acarició el interior de sus muslos mientras descendía entre ellos y deslizó su miembro sobre su clítoris con una caricia tan perfecta que la hizo contraerse y gritar. Sentía como si alguien estuviera clavando agujas en la entrada de su vagina, como si aquella desesperación no fuera a terminar jamás, como si nunca más fuera capaz de respirar de nuevo… y cuando lo sintió presionar la punta de su miembro entre sus piernas ya no pudo soportarlo.
—¡Por favor…! —sollozó en el mi