CAPÍTULO 35. No me odies, niña

Victoria se estremeció con su tacto, era caliente, sensual y lo deseaba más de lo que podía comprender.

—Bue… bueno… —balbuceó—. Se me enredó el cabello con el cierre…

—Con el cierre, sí. Dame un segundo —murmuró Franco tratando de liberarlo y en cuanto lo hizo le corrió el cabello a un lado para terminar de ayudarla, pero sus ojos se quedaron fijos sobre aquel tatuaje que tenía sobre el omóplato izquierdo.

Era bastante grande, la figura alada de un arcángel con una espada, y sobre su cabeza has iniciales FG.

Franco lo repasó con las yemas de los dedos y Victoria cerró los ojos.

—¿Te dolió? —preguntó.

—No lo recuerdo bien. En aquel momento me dolían tantas cosas que durante un tiempo, antes de que Massimo naciera, todo parece envuelto en una niebla demasiado espesa —respondió la muchacha—. Solo sé que ese tatuaje me salvó de cosas peores a las que me pasaron.

El italiano se inclinó despacio y la besó allí, sobre sus iniciales. La rodeó con los brazos y le acarició la oreja con la nari
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