Mundo ficciónIniciar sesiónA substituta conta em primeira pessoa a analogia no decorrer de vidas de duas almas gêmeas, inicialmente Jacob Scramm e Elisa Bastien, após a morte de Elisa, ela renasce em Aurora, Jacob a reencontra, mas se casa com a sua senhora, a jovem Malvina, mulher má, leviana, para ter proximidade com Aurora. Ambos se envolvem num relacionamento proibido, se amam, mas a diferença de classes, os separam, ainda assim insistem nesse amor proibido por anos, até que mais uma vez o preconceito, os separa para sempre. Quando renascem outra vez, um irá procurar pelo outro, na atualidade, até se encontrarem e mais uma vez lidar com as dificuldades que vão impor, será que desta vez conseguirão vencer os desafios?
Leer más—La abuela por fin ha muerto —anunció Travis Mayer con una voz que heló el aire—. Ahora, ya no tengo por qué seguir atado a una mujer como tú... con el corazón oscuro y la sangre de hielo. ¡Quiero el divorcio, Sídney!
Sídney sintió cómo el mundo se le resquebrajaba en un solo segundo.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente, incrédulos, como si no acabaran de comprender lo que acababa de escuchar.
Estaba sentada en el sofá del salón principal, vestida de negro riguroso, como dictaba el luto. Sus manos temblaban, apenas logrando sostenerse la una con la otra. El temblor de sus dedos no era por frío... era miedo. Miedo a lo inevitable. Miedo a perder lo poco que aún conservaba.
Claro que lo esperaba. Una parte de ella siempre supo que ese día llegaría.
Las familias Shepard y Mayer compartían décadas de vínculos inquebrantables: alianzas de negocios, bodas arregladas, una amistad conveniente entre las familias... hasta que su padre, el hombre que le dio la vida, cometió la traición más atroz.
Intentó robar la fortuna de ambas familias. Y en el intento, terminó matando a los padres de Travis.
Desde entonces, el apellido Shepard quedó manchado para siempre. Su padre en la cárcel, condenado a cadena perpetua. Ella, convertida en el recordatorio viviente de una tragedia.
Travis arrojó los papeles de divorcio a sus pies como si fueran basura. Como si ella lo fuera.
—¡Firma el divorcio! —gruñó, con los ojos encendidos de furia—. Ella ha vuelto.
Sídney apenas logró articular palabra.
—¿Ella? —susurró, sintiendo que la garganta se le cerraba.
—Leslie —pronunció él, como si nombrara a una diosa—. La única mujer que me ha amado. Ahora que la abuela ya no está, no hay nadie que nos impida ser felices. Para siempre.
El alma de Sídney se desmoronó por completo. Sus piernas flaquearon y se dejó caer al suelo, como una muñeca rota, sin fuerzas. Las lágrimas comenzaron a brotar, silenciosas al principio, luego incontenibles.
Se arrastró hasta él, aferrándose a un último rayo de esperanza.
—¡Por favor, Travis! —suplicó con la voz quebrada—. Yo te amo... no me dejes. Podemos volver a intentarlo, estoy segura de que tú también sientes algo. No puede haber sido todo mentira... déjame demostrártelo.
Pero lo que recibió no fue compasión. Ni siquiera desprecio. Fue peor: risa. Una carcajada seca, burlona, cruel. Una risa que dolía más que mil insultos juntos.
—¿Amor? —repitió con veneno—. Yo nunca te he amado. ¡Nunca te amaré! Lo nuestro fue un pacto, un arreglo, un castigo que tuve que soportar por años. Firma ese maldito divorcio. Lo que hubo entre nosotros... terminó.
Sin decir más, se marchó.
Y el silencio que dejó tras él fue más ensordecedor que cualquier grito.
Sídney se quedó ahí, sola, tirada en el suelo, llorando como una niña abandonada. Cada sollozo sacudía su cuerpo. El maquillaje se le corría por las mejillas, pero no le importaba. Ya nada importaba.
«¿He perdido la dignidad?», pensó.
«¿He tocado fondo?»
Quizá sí. Pero también sabía que no todo era en vano. Todo tenía un propósito.
Con las manos temblorosas, sacó de su bolsillo un papel arrugado y manchado de lágrimas: una prueba de embarazo. Positiva. De hacía apenas una semana.
Llevaba días guardándola, esperando el momento adecuado para decírselo.
Desde hacía un mes, Travis se había mostrado diferente... más cercano, más humano. Hacían el amor casi todos los días, hablaban por horas, compartían silencios que ya no parecían incómodos.
Ella creyó, de verdad, que lo estaba conquistando. Que el odio había comenzado a diluirse.
Se equivocó. Se equivocó tanto…
Se abrazó el vientre, aún plano.
—Lo siento —susurró al bebé que crecía dentro de ella—. Quise darte un padre… de verdad lo intenté. Pero no pude. No me dejó.
Se limpió el rostro, se obligó a respirar hondo. No iba a rogarle más. No iba a arrastrarse por un hombre que la había rechazado incluso después de entregarle su alma. Lo amaba, sí. Lo amaba con cada rincón de su ser… pero su amor ya no bastaba.
Y ese hijo que llevaba dentro merecía algo mejor.
—Ahora tendrás una madre que te amará por los dos.
Con una calma fría y dolorosa, se levantó. Tomó una maleta, metió algo de ropa, dinero y documentos. No miró atrás.
Cuando Travis regresó unas horas más tarde, lo único que encontró fue un salón vacío y los papeles de divorcio sin firmar, tirados en el suelo.
Sídney no estaba. No había nota, ni mensaje, ni despedida.
Y por mucho, mucho tiempo… no volvió a saber de ella.
***
Tres años después.
El reloj de pared marcaba las once de la mañana y la única fuente de luz en el consultorio provenía del ventanal que daba al jardín.
Sídney estaba sentada en una de las sillas junto al escritorio del médico, con las manos entrelazadas sobre el regazo y el corazón, latiéndole con fuerza en el pecho.
El doctor Carrington la observó con una expresión grave, cargada de empatía, pero también de impotencia.
—Señora Shepard… —comenzó con voz pausada, acariciando con los dedos el expediente médico sobre el escritorio—. Su hijo, Liam, tiene Síndrome de Inmunodeficiencia Combinada Severa…
Sídney alzó la vista, sintiendo que el mundo entero se le desmoronaba.
—¿Qué… qué significa eso?
—Es una condición extremadamente grave —explicó el doctor con tono delicado—. El sistema inmunológico de Liam prácticamente no funciona. No puede defenderse de virus, bacterias, ni siquiera de los gérmenes más comunes. Para él, un simple resfriado podría ser mortal. Es como… como vivir en una burbuja de cristal. Aislado del mundo.
Sídney sintió un nudo atroz en la garganta. Sus labios comenzaron a temblar.
—¿Y qué… qué se puede hacer? ¿Qué tratamiento necesita?
El doctor la miró con compasión. Era la parte más difícil.
—Lo único que podría salvarlo es un trasplante de médula ósea. Pero no de cualquier persona. Necesita un donante cien por ciento compatible, y la única forma real de lograrlo es con un hermano genético, concebido con los mismos padres.
Sídney se llevó una mano al pecho, como si el aire hubiera desaparecido de pronto de la habitación.
—¿Un… un hermano? —repitió en voz baja, incrédula.
—Sí. Un hermanito podría ser la mejor y quizás única opción de salvar a Liam. Pero debe ser concebido con el mismo padre biológico. Solo así hay posibilidad de compatibilidad perfecta para el trasplante.
Los ojos de Sídney se llenaron de lágrimas.
El nombre surgió de inmediato en su mente como una daga: Travis Mayer. El padre de Liam.
El hombre que no solo la había abandonado, sino que había jurado no querer volver a verla jamás.
Un hombre que la odiaba y la aborrecía más que a nadie en el mundo.
—¿Con Travis? —susurró apenas, como si el solo hecho de decir su nombre la quebrara.
Su cuerpo entero temblaba.
Se llevó una mano al vientre, por el horror de lo que implicaba esa decisión.
«¿Cómo voy a pedirle eso? ¿Cómo voy a volver a acercarme a él… después de todo lo que pasó? ¿Cómo tener un hijo con el hombre que más me odia?»
Pero cuando pensó en Liam… supo que, por su hijo, era capaz de todo.
Meu nome é Layne Muniz Assunção, tenho vinte e quatro anos de idade, nasci numa cidade do interior baiano, não muito conhecida, somente pelos festejos juninos, as festas, comidas e a carne de sol, a frinha de mandioca da região, a não ser pela festa de são joão, ninguém mais procura a cidade no reconcâvo da Biahia, pelo menos não aqui em São Paulo, onde estou agora.Claro que vão me perguntar, o que uma baiana de vinte e quatro anos de interior, veio fazer aqui em Diadema, São Paulo, primeiro de tudo eu diria que por sonhos, claro que a minha mãe, dona Rosalia Muniz, te dirá em primeira instância que tudo não passa de fogo no rabo, como é muito comum na nossa terra natal, mas não foi tão assim, na verdade, pode até ser fogo no rabo, o combustível necessário para alguém sair do seu lugar de nascimento para uma terra desconhecida, somente com uma trouxa e medo, sim, medo, eu senti, mas não disse a ninguém.Mas a verdade é que eu sou filha de mãe solteira, irmã de três crianças, pelo meno
– Poderia ter a honra de saber como um marinheiro teve a boa sorte de unir-se a uma linda e jovem dama? – Olhei aos olhos de Henrique, neles eu não vi nada, era como se não houvesse alma, eram apenas olhos para enxengar a sua cor, eu mal saberia dizer, um tom mel, aceitei a dança por ele ser o filho do anfitrião, e Sofia me dizer que eu devia isso a ele. Depois de Henrique me agredir com socos no rosto, tentar rasgar o meu vestido, aquele cavalheiro me defendeu de suas agressões, quando ninguém nunca fez o mesmo, para-lo, Constatine mal saberia a hora de começar, tampouco terminar. – Não sou da nobreza senhor, apenas uma jovem que servia como muitas criadas, ninguém que mereça atenção aos seus olhos. – Jacob nos olhava de canto, mas não somente ele, quase todos os olhos estavam em nós, quando os cavalheiros deram as costas das suas mãos, para as damas enconstarem as suas. Senti o calor do estranho de maneira desonroza no meu punho, retirei de imediato. – Não me parece alguém que já s
Evidente que era tão fácil como papai imaginava, as pessoas da corte não se misturavam aos meros sem titulos, era possível assistir os meros grupos formais rindo alto, conversando, olhando em volta pelo salão. Sabíamos pela tecelagem que poderia ser da corte e quem não, as jovens sempre em grupos rindo, muito bem vestidas em tons claros, rosas de diversas tonalidades, azuis também. Verdes, enquanto meu pai vagou para um grupo, tentei outro de cavalheiros, nosso objetivo é levar a vantajosa fortuna seja lá de quem fosse ao nosso pobre banco, pelo menos cheguei ao baile com esta intenção, até ver o jovem marinheiro em seu grupo de marinheiros olhando perdidamente de um lado a outro. A minha senhora enchia-se do vinho que descia em cascata para as taças, definitivamente mal chegaria a conhecer o filho do conde. Engatei-me a uma conversa com um barão até que a presença do duque e a duquesa de Brunvisque fora anunciada, somente a corte teve essa mordomia, toda a conversa fora cesada. A
O famoso baile movimentava a toda Inglaterra, nunca ouviu-se dizer que o conde tinha um filho, mas também poucos falavam-se em filhos antes da maioridade. Crianças eram seres desprezíveis aos olhos da sociedade, todos ignoravam até ter idade maior para um título. Não tinha inteção alguma em ver, ou saber quem era o conde, o filho do conde, nada a respeito da realeza, apesar de todo o capital financeiro girar em torno deles. Meu pai ainda com sonhos de menino, havia o sonho de ser batizado, tornar-se alguém da corte, para mim, nada mais bastava, além de uma esposa alcolatra, um sogro recém casado com uma jovem de quartoze anos, constantes casos de escandalos, pela cidade, junto a rumores de traição, não me importava, apesar do meu pai alegar que isso era péssimo aos negócios, apenas uma acusação minha, a gilhotina certamente estava a espera do pescoço da minha senhora por infedelidade. Chegamos a Londres, não pelo conde, ou o seu filho que agora será representado. –– Nossa como tudo
Eu já estava pronta para mais uma surra, para mais um abuso, depois o pedido de desculpas, a promessa de mudança. Os olhos verdes do homem grande fixos aos meus, cabelos cacheados castanhos desgrenhados, as mãos apertando em volta do meu pescoço, me deixando sem ar, enquanto a minha cabeça pairava somente em que Nana não visse nada daquilo, não sei porque mas eu tinha vergonha, medo. Abri a boca tentando explicar, até que algo foi erguido em sua cabeça atrás dele, a porrada foi forte, era um pau grosso, logo a imagem de Nana surgiu de trás dele, meus olhos cairam junto com o corpo do meu marido, a cabeça em sangue. –– O que você fez? –– Gritei em desespero.–– Deixar ele lhe matar? –– Engoli em seco, não morri das outras vezes, mas um dia nunca saberei. –– Você esta bem Aurora? –– Assenti tentando saltar sobre o corpo do homem, abaixei diante dele ouvindo sua respiração, como será quando ele acordar? Me perguntei com medo. –– Porque fez isso? –– Indaguei nervosa, a respiração foi bai
Aquela notícia me pegou desprecavida, algo em mim tinha se fechado ao saber que o duque apagou tudo sobre os Bastiens, tenha sido eles da realeza ou não, bons ou ruins, isso me incomodou muito. –– Onde onde estou? – Acordei desorientada algum tempo depois a cabeça doendo, e por mais que eu tentasse recordar, tudo que senti foi tristeza por dentro.Olhei em volta num quarto de papel de parede verde em tons de flores amarelados, somente algumas pintinhas de amarelo formava algo tipo uma flor, o talo verde, era cheio pelo quarto. A cômoda de madeira, cheia de gavetas, além de quadros, tecidos. –– Nos quartos do fundo da modista. – Laviollete respondeu a minha frente, afastei a sua mão quando tentou tocar a minha testa.–– Você desmaiou de repente, também, se encheu daqueles biscoitos... – Reclamou, até que Nana surgiu com uma xícara nas mãos me sentei de pressa, suspirei fundo, a dor persistiu em mim. –– Beba isso, é bom para recuperar-se. –– As suas mãos enrugadas meio que acolhia a xí





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