Celine cerró la puerta de su habitación sin hacer ruido. Se apoyó en ella un segundo, respirando hondo. Camino hasta el baño.
El vapor del baño ya llenaba el aire, y su cuerpo aún temblaba por lo vivido. Había cometido una locura. Una hermosa, desesperada, maldita locura.
Se quitó la ropa apresurada, entró en la ducha y dejó que el agua hirviendo le cayera sobre la piel. Como si el calor pudiera borrar las huellas de lo que acababa de hacer.
No había arrepentimiento. Pero sí miedo.
Mientras tanto, en el pasillo, Marco Ciriello sostenía su vaso de agua medio lleno en una mano. Había salido de la cocina cuando escuchó pasos rápidos y vio a Celine atravesar el corredor, desaliñada, el cabello alborotado, la blusa abotonada a medias, las mejillas coloradas. Lo conocí demasiado bien.
Sabía lo que eso significaba.
Se acercó con sigilo al despacho, apenas empujó la puerta abierta y asomó el rostro. Lo que vio lo confirmó todo.
Austin estaba tendido en el sofá, durmiendo profundamente. Tenía