ALEX GARCÍA
Con los dientes apretados, vi a Santiago de pies a cabeza. Siempre radiante, arrogante y atractivo. Le daba órdenes a su empleado, con el ceño fruncido. Se veía tan sexy cuando hablaba con seriedad.
—No dejes que su muerte parezca suicidio, quiero que el resto de su gente crea que fuimos nosotros —dijo con firmeza mientras su empleado asentía—. Quiero que esos PD piensen que nosotros ya sabemos todo.
Inhalé profundamente intentando dejar de pensar en él, desviando la mirada, pero fue peor, su aroma entró por mi nariz y me aflojó las piernas. Era tan difícil lidiar con lo que sentía. Era como una droga, sabía que no me convenía, sabía que me haría daño, pero mi cuerpo la necesitaba.
Di media vuelta, queriendo desaparecer en completo silencio, irme del orfanato y esconderme en el convento. Enclaustrarme y recuperar algo de fuerza de voluntad, pero la mano de Santiago me tomó con gentileza de la muñeca, evitando que me fuera lejos. Cuando di la vuelta, su empleado se alejab