Mundo de ficçãoIniciar sessãoSophia Santos, após um acidente que a fez perder a memória, se apaixonou por Davi Santos, o homem que salvou sua vida. No entanto, ele escondeu a verdade dela e a enganou, fazendo ela acreditar que era sua amante oficial. Durante três anos, Sophia usou de todos os meios para conquistar o amor dele, na esperança de que ele retribuísse seus sentimentos. Mas, no dia em que Davi finalmente propôs casamento, a abandonou sozinha em uma rua de um país estrangeiro para correr atrás de sua "deusa" e ainda queria que Sophia continuasse como sua amante secreta. Ela decidiu que não seria mais uma substituta. Rasgou o contrato, chutou o homem traidor e desapareceu, levando consigo o bebê que carregava em segredo. Ao ouvir rumores sobre sua "morte", Davi entrou em colapso, ficou gravemente doente e à beira da morte. Cinco anos depois, os dois se reencontram. Ela agora é uma pintora moderna e uma designer de joias em ascensão. Ele, por sua vez, perdeu todo o orgulho e insiste em procurá-la, dia e noite, arrependido e de joelhos: — Amor, eu estava errado, por favor, não me abandone... Amor, será que você pode parar de olhar para outros homens e olhar mais para mim?... Amor, eu posso ser seu modelo. Venha à noite em minha casa para me pintar, que tal... amor... amor... Sophia, irritada, diz: — Cai fora, quem é sua esposa?! Davi, segurando firme sua mão e fazendo manha, responde: — Não me importa, você aceitou meu pedido de casamento naquela época, então você é minha esposa, e pronto. Eu não quero saber, eu não quero saber.
Ler maisPov Noel
—¡Aaaaaaaaahhhhhh!
—Una vez más, una vez más, ¡ya lo va a lograr! —lloro de dolor.
—Aaaaahhhh aaaaaaaaaaaaahhhhh por favor…., por favor…
—Vamos, vamos, ya falta poco. Solo una vez más, usted puede.
—Ah ah ah —sujeto la mano del enfermero y la aprieto con todas mis fuerzas mientras siento mi cuerpo quebrarse— No puedo, ya no puedo, no puedo
—Tranquila, tranquila, ya está a punto de lograrlo.
—No…, no puedo —sentía desvanecerme.
—No se duerma, no se duerma, míreme…
—No… no pue…
—¡Venga! ¡Venga aquí! ¡No se duerma! ¡Vamos! ¡Una vez más! —escuchaba gritos en la sala de partos mientras mis ojos me pesaban cada vez más y ya solo quería cerrarlos por completo para no sentir más dolor.
—No…
—¡Su nombre! ¡Dígame su nombre!
—Mi…
—¡Vamos! ¡No duerma! ¡Usted puede! ¡Ya falta casi nada! ¡SU NOMBRE! ¡GRITE SU NOMBRE!
«¿Mi nombre?», me pregunto en silencio al mirar los rostros de preocupación de todos aquellos que me rodeaban.
—¡VENGA! ¡GRITE EL NOMBRE! ¡USTED PUEDE!
«Su nombre…, su nombre…, el nombre de ella», pienso; y sonrío a la vez que siento una enorme paz invadirme.
—¡EL NOMBRE! ¡UNA VEZ MÁS! ¡NO SE PUEDE DORMIR! ¡NO PUEDE DEJAR A SU BEBÉ!
«¡NO! ¡NO PUEDO DEJARLA!», grito en silencio al volver a abrir mis ojos por completo y gritar.
—¡NOMBRE!
—¡VALENTINAAAAAAAAAA! —grito con todas mis fuerzas.
—¡Puje! ¡Puje una vez más!
—¡Valentina! AAAAAAAHHHH AAAAAAAAHHHHH —me retuerzo de dolor—. ¡Valentinaaaaaaaaa!
—¡LA TENEMOS! ¡LA TENEMOS! ¡YA ESTÁ! ¡LA TENEMOS! —grita el médico.
Mientras tanto, yo trato de mantener mis ojos abiertos, los cuales habían empezado a pesar nuevamente, y de pronto… veo un muy pequeño cuerpecito siendo entregado a una enfermera. Al verlo, reconozco quién es. Es ella…, es ella…
«Mi Valentina»
«MI Valentina», repito cuando, sin esperarlo, escucho su llanto, el cual reconozco al instante.
Ante ello, cierro mis ojos muy fuertes y la acompaño de la misma manera. Lloro a mares por la inmensa felicidad que sentía y por la angustia de no saber qué le esperaba a ella a mi lado, ya que ni siquiera tenía un lugar en el que vivir; sin embargo, ahora no era el momento de pensar en eso.
—Va… Valentina —musito al extender uno de mis brazos hacia ella.
—En un momento, estará con usted —me tranquiliza el enfermero que, durante todo el parte, había sostenido mi mano—. Ya la traen, solo unos segundos más
—Gracias… —susurro con las pocas fuerzas que me quedaban— gracias…
—Tranquila… —sonríe; y yo también lo hago— no hay nada que agradecer
—Gracias… —repito una vez más y, de repente, ya tengo a una enfermera a mi lado con mi hija en sus brazos.
Ella me la entrega y yo la recibo para apegarla a mi pecho. Ella estaba llorando mucho; sin embargo, cuando la acerqué a mí, empezó a tranquilizarse y dejar de llorar.
—Valentina…, mi Valentina…
—Una hermosa y fuerte bebé —señala el médico; y yo sonrío sin dejar de mirarla a sus pequeños ojitos (los cuales estaban cerrados).
—Mi bebé…, mi hermosa bebé…, mi Valentina —musito al admirarla y continuar llorando.
Después, a ambas nos separan y a mí me llevan a una habitación. No sé a qué hospital me habían traído cuando empecé mi labor de parto, pero, definitivamente, la cuenta me saldría muy cara. Tanto así que ni siquiera podría cubrirla con el trabajo de toda mi vida. Parecía ser una clínica muy exclusiva y eso me preocupaba, ya que no me dejarían salir sin pagar la cuenta.
—Mi bebé. ¿Me pueden traer a mi bebé?
—Sí, señora. Claro que sí, pero antes, unos señores le quieren hacer unas preguntas.
—¿Señores? —interrogo angustiada; y creo saber quiénes son.
—Sí, es muy importante.
—Luego de eso…, ¿me traerán a mi bebé?
—Claro que sí —contesta la enfermera y me sonríe.
Acto seguido, se va y, a los segundos, entran dos policías.
—Buen día, señora
—Buen día…
—Me presento, soy el detective Mills y estoy aquí para hacerle unas preguntas.
—Cla… claro —susurro al mirarlo fijamente y sin mostrar nerviosismo alguno.
—¿Nos podría decir su nombre por favor?
—Marie —miento; y él toma nota.
—Bien, señorita Marie. Bueno…, usted fue encontrada en medio de un callejón y en labor de parto…
—Sí…, lo sé
—Y con lesiones en el cuerpo. Nos podría contar, ¿qué sucedió? —pregunta; y yo me quedo en absoluto silencio—. Señorita, la queremos ayudar.
—Sí, oficial
—¿Nos puede decir qué pasó?
—Asaltantes —vuelvo a mentir.
—¿Asaltantes?
—Sí…, acababa de retirar dinero, usted sabe…, por las fiestas de Navidad. Quería comprar regalos y, de repente, sentí que me seguían —le cuento; y él me escucha atento mientras su compañero toma nota—. Tuve tanto miedo que quise esconderme y no sé cómo llegué a meterme por un lugar sin salida. Me resistí y… ya ve…
—Entiendo —articula al observarme con duda.
—Ahora ni siquiera respetan a una mujer embarazada.
—Sí, ya veo —musita desconfiado, pero yo no me inmuto.
—¿Algo más en lo que le pueda ayudar oficial?
—Sí, señorita Marie… ¿qué perdón?
—Marie Martins
—Bien, señorita Martins. ¿Alguien a quien podamos llamar?
—Sí, a mis padres y mi esposo. Deben estar muy angustiados —finjo preocupación.
—¿Nos daría sus datos de contacto?
—Sí, ¿puedo ver a mi hija?
—Ya la han ido a traer, no se preocupe. ¿Me daría los datos?
—Claro que sí —contesto con normalidad y le empiezo a dictar datos falsos.
—Bien, entonces nos pondremos en contacto con sus familiares.
—Sí, por favor —derramo una lágrima.
—¿Se siente usted bien?
—Sí, es solo que recuerdo el momento y… Dios… solo quiero ver a mi bebé
—No se preocupe —me sonríe—. La traerán y llamaremos a sus familiares; no se preocupe.
—Muchas gracias oficiales. Que pasen una buena Navidad.
—Usted también, señorita Martins —contesta; y luego, salen.
Al instante, entra la enfermera con mi hija y yo la tomo en brazos.
—Quisiera estar a solas con mi bebé.
—Claro que sí, señora.
—Una pregunta. ¿Cómo está mi bebé? ¿Cómo estoy yo? ¿En cuánto tiempo podremos salir de aquí?
—Pues, a pesar de las complicaciones del parto, todo salió muy bien. Usted y su bebé se encuentran perfectamente. Se espera que la recuperación de usted sea muy rápida. Ambas son muy fuertes y valientes.
—¿Segura que ella está bien?
—MUY SEGURA
—Muchas gracias.
—Las dejo a solas —precisa y se marcha.
Al quedarme solo con mi bebé, la coloco a ella sobre la cama y empiezo a alistarme. Me quito todo y me pongo el vestido con el que llegué aquí (el cual, para mi sorpresa, ya estaba lavado), así como mis zapatos. Termino de cambiarme y tomo a mi bebé en brazos para después envolverla bien con varias mantitas suaves y, cuidadosamente, salir de la habitación.
Y aquí empezaba mi primera travesía como madre. No me gustaría que Valentina pasara por esto, pero… no tenía salida. No iba a poder pagar ni una sola noche en este hospital, ni siquiera tenía para comer, pero me las iba a arreglar para que a ella nada le faltara. La miro a sus ojos y la abrazo.
—Te prometo que nada te faltará estando a mi lado. Podría dejarte para que tuvieras un mejor futuro, pero… no quiero que crezcas sin mí. ¿Egoísta? Tal vez…, pero te prometo que daré mi vida por que seas una gran mujer, así tenga yo que morirme de hambre —sentencio y, sin más, empiezo mi huida de ese hospital.
Estoy por llegar a la salida cuando se empieza a armar un alboroto en todo aquel. Yo me asusto y me doy la vuelta para buscar otra salida, ya que tenía la sensación de saber a qué se debía.
“Cierren las puertas. No dejen a nadie salir”, escuché; y me apresuré en huir.
Llegué hasta una especie de patio trasero que, para mi suerte, estaba sin vigilancia alguna. Tomé a mi bebé y lo pasé entre los arbustos, después de haberme lastimado las manos arrancándolos de raíz para hacer un espacio.
Luego, trato de salir yo, pero no podía, así que, con las fuerzas que tenía, trepé una puerta de rejas.
—Aaaahhh —me quejo al sentir un inmenso dolor, pero no me detengo—. Ay, Dios…, Dios... —me quejo de dolor—. Vamos, un poco más, Noel —me animo cuando llego a la cima de la puerta.
De pronto, veo hacia el interior del hospital y mi mirada se cruza con la de dos guardias.
—¡ALLÁ! —grita uno; y me asusto, así que, sin pensarlo, me tiro como sea, caigo y me rasgo las rodillas y manos...
Siento el dolor apoderarse de mí, pero no me distraigo, tomo a mi bebé en brazos y corro con ella con todas mis fuerzas.
—¡LA PUERTA! ¡ÁBRANLA! —escucho a lo lejos.
—No dejaré que te aparten de mí —le digo a mi bebé al tratar de correr sin lastimarla (lo cual era una desventaja para mí).
—¡CORRAN! ¡POR ALLÁ! —escucho más cerca; y me asusto.
Ante ello, me meto por calles que ni si quiera conocía para perder a mis perseguidores.
—No te alejarán de mí, no te alejarán de mí, lo prometo. Tranquila, bebé… sssshhh —la arrullo cuando ha empezado a llorar—. No, bebé. Tú estarás bien. Te lo prometo. Jamás dejaré que te hagan daño o falte algo —articulo entre lágrimas al continuar corriendo.
De repente, siento que ya he logrado ganarles a los guardias del hospital y eso me hacía feliz.
—¿Lo ves? ¿Lo ves, bebé? ¿Lo ves, Valentina? —le pregunto al mirarla y llorar.
Me recuesto sobre una pared vieja y, sorpresivamente, una camioneta negra se hace presente. De aquella bajan muchos hombres y…
—¡NO! ¡NO POR FAVOR! ¡HAGO LO QUE QUIERAN! —suplico al ponerme de rodillas y comenzar a llorar.
—¡LA BEBÉ! —grita uno y Valentina empieza a llorar.
Yo trato de consolarla, pero es en vano. Mis lágrimas brotan en abundancia, al tiempo en que me aferro a ella con todas mis fuerzas.
—¡LA BEBÉ! —grita exasperado.
—¡NO! ¡POR FAVOR NO! ¡ELLA ES MI BEBÉ! ¡ES MI HIJA! ¡NO ME LA PUEDEN QUITAR! ¡POR FAVOR! Por favor, no me la quite. ¡ES MI HIJA!
—¡Y LA HIJA DEL HEREDERO! —responde uno al querer quitármela.
—NOOOOOO… ¡ELLA ES MÍA! ¡MI VALENTINA! ¡AYUDAAAAA! ¡AYUDAAAAAAA! ¡POR FAVOR! ¡AYUDAAAA! —grito entre llanto, pero nadie me oye.
Tengo la esperanza de que los guardias del hospital aparecieran, pero nada. Nadie llega al auxilio de mi hija.
—¡SUELTA AL BEBÉ!
—¡POR FAVOR, NO!
—¡YA! —exclama al quitármela.
—¡NOOOOOOOO! ¡MI HIJAAAAA! ¡NOOOOO! ¡SUÉLTENME! ¡SUÉLTENMEEEEE!
—Lo siento, señorita Noel —me dice otro.
—Por favor, por favor, no —suplico cuando me apunta con su arma—. Por favor
—No me hubiese gustado, pero son órdenes del señor.
—Por favor, no. Mi hijaaaa —lloro con descontrol.
—Ella estará bien
—¡NO! ¡MENTIRA! ¡USTED SABE QUE NO!
—¡Markham! ¡Termina el trabajo ya!
—Por favor, Markham, no…
—Lo siento, señorita Noel. Órdenes son órdenes y, esta vez, vienen no solo del señor, sino del jefe.
—Por favor.
—Fue un gusto, señorita Noel
—Por favor, Markham —suplico al mirarlo a sus ojos—. Usted me debe un favor —le recuerdo de pronto, cuando ya todos han subido a la camioneta.
—¡MARKHAM! —le grita uno de adentro.
—Dijo que me debía una. Lo quiero cobrar ahora…
—Señorita, son órdenes del jefe.
—FUE SU PALABRA, MARKHAM —digo entre dientes al seguir llorando—. Por favor. Por mi hija…, por su hija… —preciso; y él baja un poco su arma.
—¡MARKHAM!
—¡YA VOY! ¡SOLO ME DESPIDO DE LA SEÑORITA!
—¡HAZLO YA!
—Markham, por favor
—¿Qué quiere? —musita entre dientes.
—Vivir —pido segura.
—Creí que quería algo para su hija.
—Lo hago por mi hija. Al menos quiero verla crecer desde lejos. Por favor, Markham
—Señorita
—Me la debe Markham… AAAAHHH —grito de pronto, al sentir un fuerte dolor en el vientre cuando, de repente, veo sangre.
—Señorita
—Cuide a mi hija —digo preocupada al mirarme—. Es lo único que le pido ahora, que solo cuide a mi hija —digo entre llantos al ver que mi situación era grave.
—Señorita —me mira triste.
—Váyase ya y cuide mucho a mi hija por favor. Cuídela, que nada le pase.
—Señorita
—Se la encargo, Markham —articulo con las pocas fuerzas que me quedan y siento desvanecerme.
Caigo al suelo y con mis ojos entrecerrados, veo la imagen del hombre cuando, de repente, oigo un fuerte disparo y yo siento más dolor.
—Va… Valentina —musito al ver la camioneta negra marcharse—. Va…, va… Valen… ti… na —termino de pronunciar.
De pronto, veo una difusa imagen de… un hombre.
«¿Los policías?», pienso y pierdo el conocimiento.
Ao olhar para o relógio na mesa de trabalho, Bryan percebeu que a reunião já durava quase duas horas e estava prestes a terminar. Bryan se levantou e foi para o lado de fora da sala de reuniões esperar. Nos últimos cinco anos, o cargo de Bryan não havia mudado; ele ainda era o assistente especial ao lado do presidente. No entanto, seu salário e as responsabilidades que assumira haviam aumentado consideravelmente. Sua posição na empresa estava logo abaixo do vice-presidente e dos acionistas, e muitas de suas decisões e ações representavam Davi. Após ler a última página do documento, Bryan assinou e empurrou a porta de seu escritório. Caminhou até a sala do presidente e deixou o arquivo na mesa de uma secretária. — Esse arquivo deve ser entregue ao diretor de marketing mais tarde. — Claro, assistente Bryan. Logo depois de Bryan sair, Davi terminou a reunião e acompanhou os outros para fora. O assistente Bryan seguiu atrás dele. — Presidente Davi, recebi uma ligação da r
O número de seguranças não era grande; cada um guardava um ponto específico, e, além disso, se tratava de uma mansão na rua, não como a de País M, a Quinta dos Cristais, onde a segurança era rigorosa. Sérgio conseguiu sair discretamente, sem dificuldades.Chegando à calçada, Sérgio ligou para Davi.Na sala de reuniões no andar superior do Grupo Vitalidade, Davi estava sentado à frente, conduzindo uma reunião com o grupo de projetos multinacionais. O celular, que estava virado de cabeça para baixo ao lado dos documentos, vibrou. Davi olhou rapidamente para a tela. Em seguida, levantou a mão, interrompendo o relatório de um dos seus subordinados.— Continue depois. — Davi não se levantou e atendeu à ligação ali mesmo, na sala de reuniões. — O que foi, Sérgio?Sérgio, sem saber que Davi estava em uma reunião, respondeu com uma voz alegre e animada: — Tio Davi, onde você trabalha?— Grupo Vitalidade, por quê? — Ao ouvir a voz infantil e reconfortante de Sérgio, Davi não pensou muito e r
Hospital Luz do Atlântico. Samuel acabara de sair de uma reunião com os médicos chefes e estava sendo cercado por eles ao sair. — Você implementa o plano de tratamento, os novos equipamentos médicos e medicamentos já chegaram, devem estar na sua unidade à tarde. — Sim, diretor. — Respondeu o médico-chefe. O celular no bolso do jaleco de Samuel vibrou; ele o havia colocado em modo silencioso durante a reunião. Ao olhar, era uma chamada de Letícia. Ele levantou as sobrancelhas, um sorriso prestes a surgir em seu rosto. Letícia ligou para ele. — Podem continuar, eu já me viro. — Disse Samuel aos médicos, se virando rapidamente em direção ao seu escritório. Ao virar as costas, não conseguiu conter o sorriso de excitação que já se formava em seu rosto. Ele ficou sorrindo bobamente por um momento e só atendeu o telefone depois de dois toques. — Alô. — Sua voz estava tranquila, como se estivesse atendendo uma chamada qualquer. — Samuel, o Sérgio fugiu novamente. Foi proc
Letícia decidiu voltar para o quarto e dormir um pouco. Quando se deitou na cama e fechou os olhos, de repente se lembrou do comportamento inquieto de Sérgio. Se levantou silenciosamente e empurrou a porta, espiando pela fresta para ver se ele realmente estava estudando.Viu que ele estava sentado de maneira concentrada, lendo o livro. Letícia então relaxou e foi dormir tranquila.Sérgio leu por cerca de três horas, memorizou algumas coisas e fechou o livro.Não conseguia mais ficar parado; estava com dor nas nádegas.Desceu da cadeira e começou a se alongar um pouco. Seus grandes olhos giravam nas órbitas enquanto ele pensava em alguma coisa.Ele abriu a porta do quarto e foi até o corredor, onde viu que não havia ninguém na sala. Os empregados e o mordomo estavam ocupados, cada um com seu trabalho, seja preparando o almoço ou limpando a casa.Sérgio correu de volta, colocou o presente que preparara para o tio Davi na mochila. O relógio de telefone estava totalmente carregado. Com a e
Não disse se perdoaria ou não.O pedido de desculpas delas, fosse sincero ou não, não afetaria a sua vida.Ela também não tinha obrigação nem sentimento para ensinar os filhos rebeldes dos outros.Ela tinha muitas coisas importantes e significativas para fazer todos os dias.Não iria desperdiçar tempo com essas pequenas coisas.Mas pedir para ela interceder na frente de Walter pelos negócios da família Rocha era simplesmente impossível.— Já que é assim, este presente de desculpas... — Elzira indicou a bolsa com o vestido de alta-costura.— Deixe as coisas aí. Hoje não fizemos comida em casa, então não vou convidá-los para jantar. — Laura estava dando a ordem para que se retirassem.O vestido seria aceito, pois naquele lugar, no País H, fora do território da sua casa, ela ainda precisava manter as aparências.Mas isso não significava que ela usaria aquele vestido.— Está bem, já que a Srta. Laura tem algo a fazer, não vamos atrapalhar mais. Vamos embora. — Elzira saiu, levando consigo
"Alzira se desculpando? O sol saiu no oeste hoje? Ontem ela não queria nem admitir, não é?" Laura abaixou os olhos e desceu novamente para a sala de estar. Com um tom tranquilo, disse: — Deixe elas entrarem. Na sala de estar, Laura se sentou no lugar principal, enquanto Elzira e Alzira se acomodaram no assento inferior. Somente depois que os empregados serviram o café é que começaram a falar. — Ai, a casa da Srta. Laura está realmente aconchegante e repleta de um charme artístico. Parece até que estamos dentro do palácio imperial de País Y! — Elzira olhava ao redor, buscando motivos para elogiar e, assim, se aproximar mais. Em seguida, perguntou: — E o Sr. Walter? Ele não está em casa?Laura a olhou com frieza, sem responder à pergunta. Em vez disso, disse: — Sra. Elzira, se tem algo a dizer, fale diretamente. Elzira abaixou a cabeça e forçou uma risada. — É o seguinte, depois que a festa terminou ontem, investigamos a situação. De fato, foi minha filha quem fez a bes
Último capítulo