Rota.
Anya despertó con la sensación de estar atada de ambas manos. Su cuerpo estaba pesado, su piel helada y su corazón latía desenfrenado.
Abrió los ojos poco a poco, y miró sus manos; no estaban atadas, solo era el roce de las suaves sábanas de seda las que cubrían su cuerpo.
Abrió los ojos con esfuerzo y parpadeó varias veces hasta que se acostumbró a la luz de la habitación.
No reconocía el lugar, Edward la había dejado en la habitación de huéspedes porque sabía que su habitación le traía malos recuerdos, pero para Anya no había diferencia sentía la misma sensación de encierro, pero la angustia fue mayor cuando su mirada se cruzó con la de él.
Edward estaba allí.
Sentado en una silla junto a la cama, con la cabeza baja y las manos entrelazadas, mirándola fijamente. Parecía más un espectro de sí mismo que el imponente CEO al que el mundo y ella misma temían.
En su rostro aún quedaba el rastro de sangre seca y en su frente yacía el golpe que había recibido, era una herida grande, per