La puerta se abrió y ahí estaba Ares, de pie, frente a mí.Sus ojos eran incomprensibles y su porte era firme, un poco dominante. Todavía con mi propio rostro retorcido por la sorpresa y la desesperación, traté de articular cualquier palabra que pudiera funcionar como una disculpa, pero ningún sonido salió de mi garganta. Mientras tanto, él seguía observándome en silencio.Quería poder leer lo que estaba pensando. O, por lo menos, me hubiera gustado tener la fuerza en mis piernas para poder levantarme y correr lejos de ese lugar, pero ambas posibilidades eran igualmente imposibles.Mi cuerpo entero estaba retraído en alerta, incapaz de obedecer las órdenes más básicas de mi cerebro.Cuando mis ojos descendieron un poco de mala gana hasta que aterrizaron en el cinturón que sostenía en una mano, una nueva ola de miedo se apoderó de todas mis células.La manera en que sostenía el cinturón de cuero, su postura, su mirada oscura e impenetrable y la cabeza de la serpiente tatuada en su pech
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