El auto de Ares llegó al hospital a toda velocidad. Antes de que se detuviera por completo, él ya había salido con Harry en brazos.—¡NECESITO AYUDA! —gritó—. ¡Es mi hijo! ¡Un coche se metió dentro de la casa, tumbó la reja y cayó sobre él!Dos médicos y una enfermera corrieron hacia ellos con una camilla.—Colóquelo aquí —ordenó uno.Ares lo hizo, pero cuando intentó seguir a la camilla, un doctor le bloqueó el paso.—Señor, por favor, no puede entrar.Ares perdió el control.—¡No me digas lo que puedo hacer! ¡Es mi hijo! ¡Déjenme pasar!—Lo sé, pero si nos estorba, perderemos tiempo. Así que déjenos trabajar.Ares quiso negarse, pero un guardia de seguridad lo detuvo.—Señor, con su actitud, solo retrasa la atención de su hijo —advirtió el médico.Ares respiraba como si fuera a explotar, pero al final dio un paso atrás.La camilla desapareció detrás de unas puertas blancas.Lyanna llegó segundos después. Sus manos y su vestido estaban manchados de la sangre de Harry. Temblaba. No po

Lyanna sintió que el corazón se le detuvo.—¡No! —gritó, por fin, con fuerza—. ¡Yo jamás haría eso! ¡Jamás!Ares no retrocedió.—Entonces explícame —su voz era un filo—. ¿Por qué ese hombre que estaba CONTIGO hacía una semana y después terminó atropellando a mi hijo?Lyanna tembló.—No lo sé… no recuerdo… no soy ella…—¡MALDITA SEA! ¡DEJA DE REPETIR ESO! —explotó—. ¡Todo lo que tocas lo destruyes! Y ahora… ahora también a mi hijo. Esto sí, no te lo perdono. ¡¡Juro por Dios que voy a acabarte con mis propias manos!!Las lágrimas bajaron por el rostro de Lyanna.—Ares… por favor… yo no hice nada…Él la miró con una mezcla de ira, miedo y odio.Y esa fue la primera vez que a Lyanna le dio miedo que él de verdad creyera que ella era capaz de algo tan cruel.Ares guardó el teléfono.Habló sin sentir.—No me importa si perdiste la memoria. No me importa si finges. Voy a descubrir la verdad. Y si tú tuviste algo que ver… —La miró directo a los ojos— te juro que vas a pagar.Antes de que Lyan

El hisopo rozó la mejilla interior de Lyanna con una frialdad clínica. El técnico guardó la muestra en una bolsa estéril.—Listo —anunció.Ares no perdió un segundo. Sacó su teléfono, pero fue su billetera de cuero negro la que aterrizó sobre el mostrador con un golpe seco.—Ahora tomen la muestra de mi hijo. Necesito los resultados en doce horas —ordenó, su voz era un látigo—. Servicio premium. Urgencia absoluta.El técnico abrió los ojos.—Señor, el proceso estándar...—Pagaré el triple —lo interrumpió Ares, sacando una gruesa suma de billetes sin siquiera mirarlos—. ¿Tres mil dólares ahora y siete mil al entregar el resultado? ¿O prefiere que llame a su competencia?El técnico tragó saliva.—En doce horas tendrá los resultados, señor Valerián.Ares agarró a Lyanna del brazo con la misma urgencia con la que había negociado.—Vamos.La llevó directamente al pasillo de la UCI. Un enfermero con cara de cansancio les salió al paso.—Solo pueden entrar quince minutos. Lyanna no esperó p

Mientras tanto, Ares se detuvo en medio de un pasillo desierto, lejos de las miradas curiosas y los susurros. Apoyó las manos en la fría pared, la cabeza gacha, respirando hondo como un toro herido. La furia aún hervía en sus venas, pero ya no era un fuego dirigido solo hacia Lyanna. Era una ira difusa, hacia la situación, hacia la confusión que lo carcomía por dentro, hacia la posibilidad aterradora de haberse equivocado de una manera monumental.“No soy ella."La frase de Lyanna retumbaba en su cráneo, un estribillo desesperado. Y entonces, como las piezas de un rompecabezas maldito que empezaban a encajar forzadamente, su mente comenzó a analizar cada detalle, cada incongruencia que había barrido bajo la alfombra de su rabia.Recordó la forma instintiva en que Lyanna se encogía levemente cuando él alzaba la voz, un gesto de autoprotección casi animal que Lena, en su arrogancia, nunca tuvo. Lena se ponía agresiva, venenosa, lengua afilada. Recordó la ropa sencilla, de algodón bara

Aunque a ella no le gustó haber tenido que engañar a los escoltas para salir de allí, fue la mejor manera que encontró.Era necesario, escapar de su vigilancia, porque requería respuestas y en la única parte donde podía encontrarlas era en su antiguo orfanato. Donde sabía que vivió antes de ser adoptada.El taxi que había tomado, se detuvo frente a una verja oxidada. El letrero "Hogar San Rafael" colgaba torcido, como cansado por los años. Lyanna pagó al conductor con los últimos billetes que tenía arrugados en el bolsillo. Cada centavo valía la pena por esta verdad.El corazón le latía con fuerza mientras empujaba la verja, que chirrió como un lamento. El patio estaba vacío, silencioso. Olía a tierra mojada y a recuerdos.De la oficina salió una mujer mayor, con el cabello canoso y unos ojos que habían visto demasiado. Soraya. La directora. La misma que le había dado de comer, la que le había secado las lágrimas cuando era una niña asustada.—Lyanna —dijo Soraya, con una sonrisa tri