—Estaba por el vecindario, así que decidí venir a saludarte a ti y a Etán —respondió.—¿Cómo supiste que vivo aquí, Lucas? ¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué no puedes simplemente dejarme en paz, eh? —espetó Yanet, con el rostro endurecido mientras la furia se asentaba en su expresión.Lucas suspiró y se despeinó el cabello. —Lo siento si vine sin avisar, Yanet. Solo quería ver a mi hijo…—¡Deja de llamarlo tu hijo! —gritó ella, con los puños apretados—. Perdiste ese derecho cuando casi me matas hace años.—No tenía idea de que realmente estabas sangrando, Yanet —dijo él, con la voz quebrada—. Pensé que lo hacías para llamar mi atención, pero eso no es una excusa, y lo siento. No me cansaré de disculparme hasta que me perdones —sus ojos se humedecieron, y Yanet solo pudo mirarlo con los ojos muy abiertos—. Eres libre de hacer conmigo lo que quieras: castigarme, insultarme, golpearme o incluso romperme, pero por favor —la miró a los ojos vidriosos—, por favor, no me prives de ver a mi hij
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