Una tarde, luego de llegar de la universidad, se consiguió con una sorpresa desagradable. En la sala de casa, instalado como si el lugar le perteneciera, se encontraba Alejandro, charlando animadamente con su hermanita —o al menos eso simulaba, porque sabía que en ese hombre no había absolutamente nada de animado—.—¿Qué haces aquí? —balbuceó, alternando la mirada entre él y su madre, quien se mantenía en una esquina con los brazos cruzados.—Clarie le abrió —explicó esta, de una forma que daba a entender que no había podido hacer nada para impedirlo. Seguramente ya se había dado cuenta de su presencia cuando estaba sentado en el sofá.—Clarie, cariño, ve a tu habitación —le habló a su hermana, con una sonrisa que intentaba ser relajada y natural. Aunque seguramente no fue así, porque sentía los músculos de su cara tensos, y no era para menos, dadas las circunstancias.—¿Por qué, Selene? —preguntó ella, sin entender su solicitud—. El señor Alejandro me está explicando las principales
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