El aire en el Santuario de Lunarys vibraba con una energía antigua, una sinfonía callada de poder y misterio. Sin embargo, Aria se sentía desconectada de aquel equilibrio. Su mente, como un disco rayado, se repetía la visión de Lyanna: su cara distorsionada por la Sombra, sus ojos transformados en pozos oscuros. Era una visión que la acosaba, un recurrente mal sueño que se negaba a desvanecerse con el amanecer. Lyanna, envenenada por el odio, había entregado su vida a la Sombra. Su mente se negaba a creerlo. ¿De qué manera podría alguien, motivado por el resentimiento, renunciar a su propia naturaleza y a su alma?La pregunta la atormentaba, generando en su interior un abismo de incertidumbre. ¿Podía ser que ella, Aria, hubiera causado tan desesperación en Lyanna? ¿Era su propia vida la que había encendido el fuego del odio en el corazón de su adversaria? La culpa, semejante a una enredadera venenosa, empezaba aferrarse a su corazón, poniendo en riesgo la luz que procuraba cultivar.S
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