La culpa era un sabor amargo en la boca, persistente como el regusto de un café malo. Las palabras de Isabella Rossi, cargadas de una frustración tan genuina y tan humana, no dejaban de resonar en mi mente. "Todo lo que hago, todo lo que soy, nunca es suficiente." ¿Era yo ahora otro instrumento más en la maquinaria que la oprimía? ¿O podía, de alguna manera retorcida, ser también su salvación?El teléfono seguro, mi único vínculo con Félix, permaneció en silencio el resto del día. La ausencia de sus órdenes era en sí misma una orden: reflexionar, asimilar, prepararse. La casa segura se sentía más como una celda de lujo que nunca, las paredes parecían cerrarse sobre mí, ahogándome con el peso de mi complicidad.Al anochecer, no pude soportarlo más. Necesitaba aire. Necesitaba sentir que aún tenía algún control sobre algo. Revisé mentalmente el manual de seguridad. Podía salir al pequeño jardín trasero. Estaba cercado, con sensores de movimiento y cámaras. Era una prisión al aire libre,
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