El cañón de la pistola de John brillaba bajo las luces halógenas, un ojo negro e implacable apuntando a la sien de Félix. La orden flotaba en el aire, obscena y pesada. Arrodíllate.Amanda, ahora libre pero tambaleándose, me miró con los ojos desencajados, llenos de un terror que reflejaba el mío. Rojas, inmóvil como una estatua, evaluaba la situación con una mirada gélida, calculando ángulos imposibles.Félix no se inmutó. Su postura era de una rigidez hierática, pero en sus ojos ardía una tempestad silenciosa. No miró a John. Me miró a mí.Era una mirada intensa, cargada de un significado que solo yo podía descifrar. No era de derrota. Era de estrategia. De un cálculo frío y terrible. Me estaba diciendo que aguantara. Que confiara.—No lo hagas —susurré, pero las palabras se ahogaron en mi garganta, inaudibles para todos excepto, quizás, para él.La sonrisa de John se amplió, disfrutando cada milisegundo de la tortura psicológica.—¿Tan orgulloso, Félix? ¿Tan por encima de todos? —p
Leer más