POV - CamilaEl Palacio en campaña era un enjambre. Voces cruzadas, celulares pegados a los oídos, papeles esparcidos como si fueran hojas muertas en otoño. Nadie dormía. Nadie respiraba sin permiso. Yo aprendí a moverme entre ese caos como quien cruza un campo de batalla: escuchando, mirando, esperando, nunca pensé que ser elegido como presidente fuera una lucha tan agotadora.Pero ese día el silencio en el pasillo oeste llamó mi atención. Era extraño. El despacho de Carlos estaba cerrado, cuando debería estar abierto a la tormenta de asesores y reporteros.No pensé. Empujé la puerta.Adentro, la escena me golpeó en la cara como un puño. Claudia estaba de pie, demasiado cerca de Carlos. Ambos miraban fotos en la pantalla grande, imágenes de la campaña, pero sus cuerpos hablaban otro idioma. Él inclinado, ella con la mano sobre el respaldo de la silla. La distancia entre ellos era un insulto.Los dos se sobresaltaron al verme. Como si los hubiera encontrado con las manos en la masa.—

Pov CamilaNo me había acomodado muy bien en mi silla cuando Amelia entro a mi oficina con cara de preocupación, me extendió la tableta. Los titulares de las paginas en tendencia me impactaron."La primera dama eclipsa al presidente.""Camila: ¿aliada o rival?""El encanto de ella, el desgaste de él."No eran rumores de pasillo. Eran columnas firmadas en los diarios más leídos del país, entrevistas con analistas que hablaban como si me conocieran de toda la vida. Claudia había movido sus fichas. No necesitaba decir su nombre para que todos entendieran que era ella quien soltaba el veneno.El veneno no mata rápido. El veneno desgasta, corroe, mina la confianza hasta que llega el golpe final, cuando ya estás debilitado. Yo lo sabía. Había visto esas jugadas antes, en otro tiempo, en otro cuerpo. Y ahora me tocaba volverlo a vivir.Devolví la tableta a Amelia que parecía esperar mis instrucciones, pero como ya no me generaba confianza, solo le dije que hiciera caso omiso a eso, tenía cos

POV - CarlosLlevábamos días así: tensos, midiendo palabras, evitando miradas largas. La cama compartida se había vuelto un campo minado. Dormíamos espalda contra espalda, como si el roce fuera un crimen. Camila ya no era la mujer sumisa de antes. Esta nueva versión, fuerte, frontal, con ese carácter que no pide permiso, me enloquecía. A veces la deseaba, cuando la veía enojada me daban ganas de tumbarla sobre mi escritorio más cuando discutía con Claudia. Verla enfrentarse, verla sacar garras… sí, me excitaba. Y lo odiaba también, porque significaba que yo no controlaba nada.Esa noche la tensión reventó. Ella estaba frente al tocador, quitándose los aretes con brusquedad.—Claudia dice que siempre la preferiste a ella —me lanzó, de golpe, como quien clava un cuchillo sin medir la profundidad.Me quedé helado. No esperaba que sacara esas palabras.—¿Qué mierda dices? —reaccioné, poniéndome de pie.Ella se volteó, con esa mirada dura que aprendió a usar conmigo.—Que para ella yo fui

POV — CamilaYo respiraba aún despacio, con el corazón martillando en la garganta, las uñas clavadas en la tela del vestido. Me incorporé sin prisa, recogí la chaqueta caída, me alisé el pelo con manos que temblaban un poco —temblor de vergüenza, de furia, de placer— y salí sin cruzar más palabras, mientras el reía. En el pasillo, la campaña seguía su ruido acostumbrado, pero yo sentí una grieta en el silencio que me siguió todo el día: el del deseo mezclado con la sospecha era un ruido más peligroso que cualquier prensa.En el pasillo la actividad continuó igual que siempre: secretarias, teléfonos, voces mecánicas. Pero algo en mí había cambiado el timbre del ruido. El sabor de la satisfacción que me dejó su boca era agrio. Me instalé en la habitación de huéspedes porque necesitaba espacio. Cerré la puerta, apagué las luces y me dejé caer en la butaca. El cuerpo aún ardía. La cabeza, no. La cabeza se negaba a obedecer.Me quedé un rato mirando el techo, entonces la imagen vino sin av

POV — CamilaLos días previos a las elecciones son como caminar en un campo minado. Sabes que cada paso puede hacerte volar en pedazos, pero no queda otra opción que seguir avanzando. El Palacio estaba más activo que nunca. Una semana. Solo una semana nos separaba de las urnas.Carlos estaba arriba en las encuestas, pero el aire olía a pólvora. Su contrincante, ahora asesorado por Claudia, había crecido como plaga en tierra fértil. No había dudas: esa serpiente sabía moverse, y aunque sus ataques directos contra mí habían cesado después de la conferencia de prensa, su sombra seguía ahí, acechando, midiendo. La prensa me trataba distinto desde aquel día: ya no era la “Primera Dama celosa”, sino la mujer que había dado un golpe en público. Eso me dio ventaja, pero también la certeza de que Claudia no se había rendido. Solo estaba esperando.Amelia seguía a mi lado. Siempre presente, siempre servicial. Sonreía con normalidad, hablaba lo justo, se mantenía lejos de la opinión pública. Per