Javier cruzó la calle sin apartar la vista de los chicos. La bocina de un auto, lo distrajo por un instante e hizo que los chicos miraran hacia ese lugar dejando de jugar.—Sebastián —dijo Daniela, entrecerrando sus ojos observando a Javier, señalando con su dedo—. ¿Ese no es el hombre de la fiesta? El niño paró de jugar y miró con atención.—¡Es él! —exclamó sonriendo—, pero no sé di deberíamos hablar con él. Mamá se puede enojar si nos ve.Daniela se cruzó de brazos, haciendo una mueca.—Prometimos no movernos de al lado de Ana y ella está allá —señaló la niña—, y el señor viene hacia nosotros, si no nos movemos, no estaríamos desobedeciendo.Sebastián asintió. La realidad era que, desde aquella noche, la idea de que Javier fuera su padre, no se les había quitado de la cabeza. Todos pensaban que él siempre era el alborotador, él que preguntaba y hacía las travesuras, pero lo cierto era que Daniela, aunque más tímida, era la más observadora y quien, de manera astuta muchas veces, le
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