El silencio era tan espeso que incluso la respiración sonaba como un eco prohibido.Las luces de emergencia parpadeaban en intervalos irregulares, tiñendo de rojo las paredes metálicas del corredor.Afuera, el Consejo aún los buscaba, pero esa habitación abandonada, una vieja sala de almacenamiento cubierta de polvo, era el único refugio que habían encontrado por ahora.Livia dormía en el rincón, envuelta en una manta rota. Isela, en cambio, dormía junto a la pared, con la cabeza recostada en los brazos.La luz temblorosa le dibujaba sombras suaves sobre el rostro, y por un momento, Damian pensó que la calma de esa escena era una mentira cruel.Selena permanecía despierta, apoyada contra la puerta, su arma lista.—Descansa un poco —murmuró sin mirarlo.—No puedo —respondió él, con la voz áspera.Sus ojos se mantuvieron fijos en Isela. Había algo en su manera de dormir, en la forma en que se movía levemente, como si luchara con sueños que no entendía.Y tal vez lo hacía. Tal vez soñaba
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