Venganza y Herencia
Venganza y Herencia
Por: MIA
Capítulo 1
Cuando el abogado me dijo que mi esposo, después de ocho años juntos, en realidad llevaba un año divorciado de mí y que legalmente ya era el marido de otra, me quedé paralizada un buen rato.

De verdad no quería creerlo.

El celular sonó: era un mensaje de Federico.

—Querida, hoy regreso al país. Te compré la nueva bolsa que salió. Tengo un asunto pequeño en la empresa, y en cuanto lo termine, vuelvo a casa a acompañarte.

El corazón me dolió cuando leí esa vil mentira.

Antes, si lo veía, me ponía feliz. Siempre que Federico volvía de un viaje de negocios me traía regalos. Pero ahora estaba en el vestíbulo del aeropuerto, lista para darle una sorpresa.

Jamás imaginé que la sorpresa se transformaría en espanto.

A lo lejos vi a Federico salir por la puerta. Él era alto y corpulento, y el traje negro le marcaba la figura.

Caminaba con cuidado, abrazando a la mujer que iba a su lado y mirándola con ternura. La mujer tenía una panza abultada y la cara llena de felicidad: era Angelina.

El dolor me desgarró por dentro y me puse a temblar.

Crecí junto a Federico. Pasamos veintiocho años sin separarnos. Yo creí que nuestro amor sería interminable.

Pero ahora entendía que esa supuesta devoción de él era una maldición disfrazada.

Hace un año perdimos nuestro certificado de matrimonio. En ese momento Federico dijo que su asistente lo iba a reponer. Recuerdo que firmé un papel… ahora me daba cuenta que seguro era un acuerdo de divorcio.

Solo pensarlo me hizo doler el corazón.

Apreté las flores que llevaba para él hasta casi enterrarme las uñas en las palmas de las manos.

Lo miré intensamente por última vez, volteé y tiré el ramo a la basura.

Cuando regresé a casa, me quedé sin fuerzas, como si me hubieran arrancado el alma.

Entré al baño y, sin pensarlo, saqué la prueba de embarazo. Cuando vi las dos líneas rojas en la tira, solo pude pensar en lo cruel que era el destino.

Tres meses antes, había ido sola al hospital para mi duodécimo intento de fecundación in vitro. Llevábamos tantos años de matrimonio y nunca habíamos logrado tener un hijo.

Federico siempre decía que no importaba, que, aunque no tuviéramos hijos, me daría todo su amor.

Mis intentos anteriores habían fracasado una y otra vez. Cada vez que surgía la esperanza, se convertía en decepción.

Para mí, seguía siendo una herida abierta: yo quería un hijo que fuera fruto de nuestro amor.

Medio año atrás, mientras él estaba de viaje, usé las muestras que habíamos guardado y me sometí al duodécimo intento.

El día anterior, el médico me confirmó que estaba embarazada y que los bebés estaban sanos.

Ya tenía más de tres meses.

Eran gemelos: un niño y una niña.

Planeaba darle la noticia como sorpresa en nuestro aniversario. Pero nunca imaginé que él ya le estaba dando a otra mujer la oportunidad de ser madre.

Por eso no le importaba si yo podía tener hijos o no… ya era papá de los de Angelina.

De la nada, escuché pasos afuera. Federico se asomó en la puerta.

Sequé rápido mis lágrimas y escondí la prueba en el bolsillo.

—Querida, ¿por qué no me contestabas? Pensé que te había pasado algo, estaba muerto de preocupación.

Se acercó a toda prisa, con una cara llena de ansiedad.

Bajé la cabeza y evité mirarlo.

Cuando apenas empezábamos a salir, recuerdo que una vez me enojé y no respondí sus mensajes. Él consiguió un helicóptero para buscarme por toda la ciudad.

Ese amor… ahora solo existe en mis recuerdos. Seguramente, ahora le pertenece a otra.

—Yo… estaba acompañando a una amiga de compras. El celular se me descargó —dije con una sonrisa forzada.

Él me abrazó suavemente, apoyó la barbilla en mi cabeza y habló en voz baja, y su tono se volvió más tranquilo:

—No lo vuelvas a hacer, sabes que no puedo vivir sin ti.

Me quedé rígida en sus brazos, llena de emociones encontradas.

En ese instante, sonó su celular.

Cuando vio quién llamaba, le cambió la cara de inmediato.

—Querida, debo contestar esta llamada —dijo.

Me soltó y se dirigió al balcón. Lo observé alejarse y sentí una punzada en el corazón. Unos minutos después volvió rápido y tomó su abrigo.

—Es un asunto urgente de la empresa. Lo resuelvo y regreso pronto.

Asentí en silencio.

Federico cerró la puerta de golpe y desapareció de mi vista.

Arrojé la prueba de embarazo al basurero y me volvieron a caer las lágrimas por las mejillas.

Hijos míos, perdónenme. No puedo darles un hogar completo. Pero los amaré con todo mi ser y les daré lo mejor.

Una semana después, cuando terminé los trámites de la herencia y conseguí el pasaporte, me juré que me iría con mis dos hijos para siempre, sin interferir en la felicidad de Federico, Angelina y su hijo.
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