Me desperté con la luz tenue que se colaba por las rendijas de la cortina. Parpadeé despacio, sintiendo el peso de la mala noche en mis ojos. Me incorporé en la cama y respiré hondo, llevando la mano a mi vientre aún discreto.Sonreí levemente, con ese cariño tonto que solo una madre puede sentir aun sin conocer todavía la carita de su hijo.—Buenos días, mi amor... —murmuré bajito, casi en un susurro—. ¿Tienes hambre, eh?Me estiré despacio y me levanté, yendo directa a la ducha. El agua templada corría por mi espalda y, por unos minutos, me permití olvidar el caos. Solo yo, mi bebé y el sonido del agua. Me puse un vestido ligero, amplio, que no apretaba la barriga, porque cualquier cosa ya me provocaba náuseas.Bajé las escaleras con calma y encontré a Margarita con la mesa ya puesta. Ella siempre era tan cuidadosa, tan atenta.—Buenos días, Margarita —le dije con una sonrisa, sentándome.—Buenos días, señora Larissa. ¿Durmió bien?Asentí con la cabeza, intentando no demostrar lo re
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