(Alessandro)
Me senté en la terraza de atrás, apoyando el codo en el brazo de la silla y mirando la copa de vino a la que apenas había dado un sorbo. El silencio de la noche era casi terapéutico, si no fuera por el torbellino de pensamientos que me golpeaba la cabeza.
Chiara apareció con una manta sobre los hombros y la mirada perdida. Me incorporé un poco y di unas palmaditas en la silla de al lado.
— Ven, siéntate conmigo —dije en voz baja.
Ella dudó un instante, pero acabó sentándose. Permanecimos en silencio durante un rato. El viento le despeinaba ligeramente el pelo y la luz del jardín hacía que las sombras de su rostro parecieran