[SOFÍA]Dos semanas despues: 18 de diciembre – LondresHan pasado apenas dos semanas desde aquella última mañana en la villa de la familia Mozzi, pero parece una vida entera. Las duchas a escondidas, intentando no hacer ruido para que nadie escuchara. Las cenas bajo la luz de la luna, hablando de la boda, de nuestros planes, de ese futuro que parecía tan cercano. Todo eso quedó lejos. Muy lejos.Ahora, las luces son otras. Los reflectores del Royal Albert Hall me ciegan mientras caminamos por la alfombra roja. Francesco me ofrece su brazo con esa elegancia natural que solo él tiene, y las cámaras capturan cada movimiento. Los flashes parpadean, los periodistas gritan su nombre, y el aire se llena de aplausos.Yo sonrío. Perfecta, serena, ensayada. La novia del piloto del año. La pieza brillante del rompecabezas mediático.Pero dentro de mí, el recuerdo de Florencia late como una herida dulce. Sus manos en mi espalda, su voz susurrando“te amo”al oído, los planes de una boda secreta ant

[FRANCESCO]Al dia siguiente: 23 de diciembreAmanece gris. El cielo está cubierto de nubes tan densas que parecen aplastar la ciudad, y el sonido de la lluvia contra los ventanales es lo único que rompe el silencio de la habitación.Estiro el brazo, buscando a Sofía entre las sábanas, pero lo único que encuentro es el espacio frío donde debería estar.—Sofi… —murmuro medio dormido.Nada.Solo el eco vacío del silencio.Abro los ojos. La cama está deshecha, y sobre la almohada todavía puedo ver un mechón de su cabello. El aroma de su perfume sigue flotando en el aire, dulce y tibio, como si se hubiera marchado hace apenas unos minutos.Me incorporo lentamente, confundido. Su cepillo sigue sobre el tocador. Su abrigo cuelga de la silla. Pero algo no encaja.Camino hacia la mesa, y ahí lo veo. Un sobre blanco, cerrado con una delicadeza que me resulta insoportable. Mi nombre, escrito con su letra.Francesco.El corazón me da un vuelco.Por un instante pienso que es alguna tontería román

[SOFÍA]Al dia siguiente: 10 de diciembreUsuhaia, ArgentinaHan pasado más de dos semanas desde que llegué al fin del mundo. Y todavía me pregunto si alguna vez lograré sentirme en paz.El sonido del viento golpeando las ventanas es lo único que me acompaña en esta cabaña solitaria. Mis padres están en Madrid, ajenos a todo esto, creyendo que necesito tiempo para descansar, para “ordenar mis ideas”. Si supieran la verdad… si supieran que no descanso ni un solo día desde que lo dejé, que cada respiración me cuesta, que cada mañana es una lucha contra la tentación de escribirle, de decirle que todo fue una mentira, que no lo traicioné…Pero no puedo. No debo.El teléfono vibra sobre la mesa. Una notificación más, otra noticia sobre Francesco.Ya ni necesito abrirlas para saber lo que dicen. Los titulares se repiten como un eco cruel:“Francesco Mozzi, soltero y más libre que nunca.”“El piloto italiano reaparece en Mónaco rodeado de amigos y modelos.”“La relacion entre Francesco Mozzi

[FRANCESCO]Al día siguiente: 11 de eneroOtro amanecer, pero este es distinto. La luz que se cuela entre las cortinas me golpea como un martillo. Mis ojos intentan resistirse, pero el resplandor es implacable. El dolor en mi cabeza es insoportable, como si mil martillos estuvieran perforando mi cráneo. No puedo recordar nada de lo que hice anoche. Nada. Como si el tiempo se hubiera tragado todo lo sucedido.Abro los ojos y trato de orientarme, pero el lugar me es completamente ajeno. Las paredes tienen un color que no logro identificar, las sábanas son de un tono extraño que no es ni blanco ni beige. Todo parece sacado de un sueño, o peor, de una pesadilla. Me esfuerzo por levantarme, pero algo me lo impide.Al intentar moverme, una mano se cierra con fuerza sobre mi torso, deteniéndome. La sensación me hace sentir atrapado, pero al mismo tiempo no tengo fuerzas para discutir.—Quedate un rato más —una voz suave, pero autoritaria, suena en mi oído.Me giro lentamente, y ahí la veo. M

[FRANCESCO]MonacoEl amanecer tiene un sabor metálico, como si la luz arrastrara los restos de una noche que no se fue del todo. El mar se abre frente a mí, inmóvil, casi cruel en su perfección. Desde el ventanal del departamento puedo ver los yates balanceándose en el puerto, el lujo anestesiado que siempre me rodea y que ahora me resulta insoportable.El teléfono vibra sin descanso desde hace días. Correos, comunicados, advertencias. La escudería me exige silencio, mesura, una disculpa pública.—“Debemos cuidar la imagen, Mozzi. No estás en edad de cometer errores así.” —me dijo el director deportivo, con esa voz seca que usa cuando no hay espacio para excusas.Pero no tengo una. No sé qué ocurrió esa noche. Solo recuerdo los flashes, el sabor del alcohol, la risa de alguien que no era Sofía, y luego… nada.Despertar en una habitación desconocida, con una resaca que me partía el cráneo y el rumor de una cámara que se apagaba al fondo.Desde entonces, el silencio. Y la certeza de qu