—Si no fuera porque respeto a Eduardo, ya habría perdido la paciencia contigo. —Me lanzó una mirada llena de desdén—. Siempre he sido tolerante contigo, Mariana, no abuses.Me reí con dolor. Vi perfectamente cómo cortó mi vestido. ¿Y ahora tenía el descaro de echarme la culpa?Apreté las mandíbulas, me obligué a ponerme de pie, alcé el brazo temblando, queriendo abofetearla. Antes de que pudiera tocarla, Eduardo se interpuso bruscamente y me detuvo.Al instante siguiente, me golpeó con el dorso de la mano."¡Paf!"Ese sonido resonó tan fuerte que todo el salón se quedó en completo silencio. Me quedé clavada en el lugar por el golpe, con un pitido en los oídos. Eduardo observó las manchas de sangre en sus dedos, sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió una y otra vez, como si tuviera miedo de contaminarse con mi suciedad.—Mariana, ya es suficiente —dijo con frialdad—. Deja de hacer el ridículo. ¡Vete!Lo miré pasmada, con la garganta reseca y tensa, mi voz estaba temblando.—Eduardo...
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