Lena despertó con el cuerpo dolorido, cada músculo protestando por la noche anterior. Sus muslos ardían, su espalda estaba rígida y entre sus piernas persistía un escozor que evocaba cada embestida. Kerem había usado un preservativo porque no recordaba que ella estaba usando un método anticonceptivo. Pero en las rondas siguientes, olvidó esa precaución; la embistió sin pausa, su pene grueso y caliente estirándola hasta provocarle orgasmos que la dejaron temblando, y estalló dentro de ella, llenándola con su semen cálido y espeso una y otra vez. Habían sido horas de pasión cruda, sin interrupciones, hasta que el agotamiento los venció al amanecer.Kerem, a su lado, la observaba con ojos suaves. Su mano rozó su brazo. —¿Aún te duele? —cuestionó con un gesto soberbio.Ella se giró hacia él, sonriendo a pesar del malestar. —Es tu culpa. Pero lo extrañaba.Kerem rio bajo, atrayéndola contra su pecho. Lena sintió su calor, la solidez de su cuerpo. Se levantó con pesadez, ignorando el dolor e
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