Las montañas que separaban el Valle del Oeste de la Manada de Piedra eran grises, sin árboles ni canto de aves. Solo el silbido del viento, como si las piedras mismas susurraran advertencias antiguas.Lía montaba a lomos de una yegua negra, flanqueada por Kael y Célene. Valen, aún con secuelas del ritual, insistió en acompañarlos. Tenía algo que probar. O quizás algo que redimir.—¿No te parece… demasiado tranquilo? —murmuró Kael.—Demasiado —respondió Lía.El mensaje de Thane había sido vago. Aceptaba recibirlos, pero fuera del recinto principal. No en su hogar. No donde ellos pudieran ver los símbolos sagrados ni el estado real de su manada.Un gesto que, para Kael, equivalía a una declaración de desconfianza.A medida que avanzaban, el aire se volvía más denso. No por la altitud. Sino por la falta de espíritu.Las tierras que alguna vez florecieron con vida lunar, ahora parecían apagadas. Silencio. Niebla. Y una ausencia de aromas.No hay manada aquí, pensó Lía. Solo cuerpos obedie
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