POV LEANDRO.—¿Señor Petrovic, está usted de acuerdo…? —pregunta, sacándome bruscamente de mis pensamientos.Miro a mi asistente. Está tenso, sudando. Aprieta la carpeta entre las manos como si le costara mantenerla firme. Eso solo puede significar una cosa: esta mujer me está tendiendo una trampa.Mi mandíbula se tensa. El pulso se me acelera.Aún así... debo arriesgarme.—No estoy de acuerdo, señorita Laverde.Ella levanta una ceja, muy despacio, y sonríe con esa expresión felina que ya me descoloca.—¿En qué parte no está de acuerdo? —su voz tiene filo y un toque de miel.Le encanta arrinconar, provocar, crear encrucijadas. Y yo… estoy empezando a disfrutarlo.—No creo que deba repetirle sus propias palabras. Qué tal si mejor nos enfocamos en el negocio. Quiero conocer a la modelo que contrató —le lanzo una mirada directa, cargada de arrogancia. Tan cortante como su sonrisa.Puedo ver el destello de diversión en sus ojos, y esa sonrisa maliciosa que se le escapa sin pedir permiso.

POV RuthSalgo azotando la puerta, con el pecho ardiendo y la rabia latiéndome en las sienes. Camino por el pasillo con pasos firmes, decididos… aunque por dentro me esté quebrando.Paso frente a la habitación de mi bebé. Está allí, dormida como un ángel, con sus manitas juntas cerca del rostro y el pecho subiendo y bajando en calma. Ajena a la tormenta que acaba de estallar al otro lado de la pared.Me acerco despacio, como si el solo verla pudiera devolverme un poco de paz. Me inclino y le doy un par de besos suaves en la carita.—Mi amor… tú sigue durmiendo —susurro, acariciándole el cabello con ternura—. Solo voy a castigar a papá por unas horas. Sabes que lo amo más que a la vida misma… pero tiene que aprender que no puede guardarme secretos... y menos por tanto tiempo..Sonrío de medio lado, amarga pero firme. Me enderezo con el corazón latiéndome fuerte en el pecho.Al salir de la habitación, allí está mi esposo, parado en el umbral de nuestra habitación. Aprieto los labios y e

POV Emilia.—Señoritas —irrumpe la voz de Baza, llamando nuestra atención.Sonrío al ver la cara de Alec, visiblemente molesto al escuchar que lo ignora por completo.—Baza, ¿ya averiguaste algo sobre cómo divorciarme del Ruso? —le lanzo, con la clara intención de molestar un poco más a Alec.—No, Emilia. El contrato matrimonial que firmaron es bastante complicado. La única forma real de disolverlo es que ambos estén de acuerdo… y que paguen la sanción que ustedes mismos estipularon.Ruedo los ojos. Solo pensar en pagarle al Ruso es como firmar mi sentencia de bancarrota... y aún así quedarle debiendo. Con la idiotez de esa acta de matrimonio, voy a vivir pagando al Estado durante diez vidas y jamás terminaré.Cambio rápidamente de tema. El que en realidad me preocupa ahora.—¿Ya saben algo de Pamela?Él niega con la cabeza.Observo cómo Alec habla por teléfono, cómo tensa la mandíbula mientras sus dedos se aferran con fuerza al aparato, como si pudiera controlar el mundo con la sola

POV ChantallEl teléfono no deja de sonar insistentemente.Malditø aparato. Detesto que me arruinen una buena sesión de sexo.—¡Contesta ese putø teléfono! —ruge Xavier, con la respiración agitada y el cuerpo aún tenso—. Sabes cuánto odio ser interrumpido. ¿Por qué no lo desconectaste esa mi£rda?Resoplo, frustrada. Me levanto de la cama con desgano, la piel aún sudorosa, y tomo la bocina del teléfono con mala gana.—¿Qué carajos quieres? —bufo, sé perfectamente que la única que se atrevería a llamarme a estas horas… es mi hija.—Mami… por favor… ven y ayúdame —la voz al otro lado suena rota, al borde del colapso—. Dile a esta mujer que yo no soy Emilia… que soy tu hija. Soy Pamela Anderson. Por favor, mamá…Ruedo los ojos. ¿Ahora en qué idiotez se habrá metido?Xavier me lanza una mirada que podría matarme. Pero Pamela es mi hija. Y aún la necesito.—¿De qué mujer hablas? ¿Dónde estás?Entonces, otra voz entra en la línea.Una que no reconozco.Una voz que huele a locura.—Señora… aq

POV Emilia—¡Emilia… eres una hija de put∆! ¡Sal y dame la cara! Eres una maldita mojigata. Con tu carita de niña buena… que no rompe ni un plato, pero eres de las que acaba con toda la vajilla.La voz de Chantall se escucha fuera de sí. Está furiosa. Debe ser por lo que le pasó a Pam… y yo ni siquiera he podido ir a verla.Pero lo que me sacude no es solo su grito. Son varias preguntas que se repiten en mi cabeza como un eco incesante:¿Qué le ha pasado a Pam?¿Por qué su voz está tan cargada de desprecio hacia mí?¿Cómo hizo Chantall para saber que estoy aquí?Estoy por salir… pero la mano de Ruth se posa firme sobre mi brazo.—Esa mujer que está ahí afuera es una hiena… una víbora de las que no solo destilan veneno, sino que saben cómo y dónde clavarlo. Por favor, no salgas. Déjame hacerlo a mí. Dale una oportunidad a Alec —su voz es una súplica desesperada, aunque su mirada se mantiene firme. Inquebrantable.Me dejo caer de nuevo en la silla, vencida por la confusión. Mi cuerpo se