POV Alec. Pamela se ha negado a continuar en la clínica y, tan solo por el cariño que Emilia le tiene, he decidido llevarla conmigo. Aunque en el fondo lo sé… su sola presencia entre nosotros es como una grieta que se ensancha con cada minuto. Un problema más, otro peso sobre esta relación tan frágil que apenas comienza y ya viene cargada de obstáculos, silencios y verdades que nos arden bajo la piel. Le he pedido a Baza que acondicione una habitación para ella, con todas las comodidades. Para que se sienta bien y pronto se pueda recuperar aunque sé que será un proceso lento. Con Leandro realizamos los trámites para que sea trasladada en una ambulancia. He contratado los servicios de un par de enfermeras y un médico para que estén pendientes de ella, día y noche. No por compasión. No por remordimiento. Lo hago por mí esposa porque eso le dará tranquilidad y un poco de sosiego. Durante el trayecto, desde la habitación del hospital hasta la ambulancia, Pamela se comporta como un a

POV Emilia. Nunca pasó por mi cabeza vivir en Rusia. Ni siquiera por una temporada de vacaciones. Pero aquí estoy. Y no es solo el frío de la ciudad… también es el frío que llevo dentro del cuerpo y del alma. Ese que no se alivia con abrigos ni mantas. Ese que se cuela en los huesos y se instala en el pecho como un vacío que no se llena con nada. A veces me cuesta incluso respirar. El Ruso, aunque yo no lo supiera, siempre formó parte de mi vida. De mi pasado. De cada paso que di sin tener idea de que él ya estaba ligado a mí, a mi historia. Como una sombra silenciosa… como un destino que ya estaba escrito, incluso antes de que yo entendiera lo que significaba amar así. Y hoy, casi nueve meses después, su ausencia y la de mi mejor amiga pesan... Es un peso que se siente al despertar, al caminar, al respirar. Un dolor sordo, constante, que no grita pero lo dice todo. Me oprime el pecho como si alguien me apretara desde adentro. Hay tantas cosas que jamás me dijo… que aún

POV Xavier.—¿Ya estás lista? —gruño, exasperado, dejando que la furia se cuele en mi voz como una corriente eléctrica.Si hay algo que detesto es que me hagan esperar. Detesto sentir que no tengo el control. Que alguien ose jugar con mi tiempo.Ella parece perdida en su mundo, distraída, como si pudiera permitirse el lujo de ignorarme. Y eso… me revienta por dentro.Le regalo una de mis miradas más frías y penetrantes, de esas que perforan como cuchillas.Al sentirla sobre ella, algo dentro suyo se quiebra.Tiembla como una hoja en plena tormenta. Su barbilla comienza a vibrar, los labios tartamudean sin control.Agacha la cabeza, aplastada por la furia de mis ojos que le quiebran la voluntad. Luego, casi sin oxígeno, cae de rodillas con un suspiro que suena más a rendición que a alivio.Se arrastra hasta mis pies con movimientos torpes, descompasados, como si el suelo quemara cada centímetro de su piel. Su respiración es errática; las manos, inseguras. Sus ojos, inundados, brillan c

POV Amet.Estoy cerrando un trato importante. Ni siquiera ha terminado de hablar el hombre frente a mí cuando el teléfono empieza a sonar. Detesto las interrupciones.Desvío apenas la mirada hacia mi asistente. No hace falta hablar, ni un gesto más. Él capta mi orden de inmediato. Se inclina con respeto, como dicta el protocolo.—Disculpen, señores, la interrupción. Pero debo responder —dice, saliendo del sala de reuniones.Los otros hombres asienten en silencio.—Bien, ¿en qué íbamos? —pregunto, retomando el hilo.No me gusta perder tiempo. Ni un segundo.Unos minutos después, veo a Jamil entrar. Su rostro está más pálido que el papel y sus manos temblorosas aprietan el teléfono satelital con tanta fuerza que parecen a punto de romperlo.—Su Majestad... —murmura con una reverencia torpe. Sus labios tiemblan, sus ojos no se atreven a sostener los míos.No digo una palabra. Solo le lanzo una mirada.—El príncipe… —balbucea, atragantado.Mi mandíbula se tensa. Trago saliva con esfuerzo.

POV Emilia. Entra un ejército de hombres armados, custodiando a un hombre de porte imponente. Su sola presencia tensa el aire a su alrededor, como si hasta las paredes se enderezaran al sentirlo. El ambiente cambia. Se vuelve denso. El aire pesa. Me cuesta hasta respirar. Sus ojos… del mismo azul profundo que los de Alec. —Su Majestad —saluda Baza, inclinando la cabeza con respeto. —Baza, llama al médico tratante. Quiero hablar con él —ordena. No pide. Exige. Su voz es firme, cortante, inapelable, como un filo de acero que no admite réplica. ¿“Su Majestad”? ¿Por qué Baza lo conoce? ¿De dónde? ¿Acaso el príncipe para el que Baza dijo que trabajó… es Alec? "No. No, eso no puede ser. Alec es ruso… ¿no? ¿O también es árabe? ¿Qué está pasando?" Ruth, como si pudiera leer el caos en mi cabeza, toma mi mano y la aprieta con fuerza. Su calor me sacude, como diciéndome sin palabras: “Aquí estoy contigo.” Me aferro a ella como a un ancla. —Señor Awad —interviene Leandro, con se