La habitación estaba bañada en la luz tenue de la tarde. El baño había sido un respiro, una tregua que había permitido a Amatista dejar atrás los pensamientos más pesados que la acompañaban últimamente. Cuando salió del agua, la sensación de frescura la invadió, pero en sus ojos aún brillaba una tensión sutil, esa que había permanecido durante la última semana sin desaparecer. No había sido fácil lidiar con la ausencia de Enzo, pero el hombre ahora estaba frente a ella, esperando que lo secara, como siempre había hecho.Amatista tomó la toalla, sus manos alisando el tejido mientras se acercaba a él. Su mirada se desvió hacia su rostro mientras comenzaba a secarlo con cuidado, disfrutando de la quietud de esos momentos, en los que Enzo se dejaba mimar sin una sola queja. Ella sonrió, un toque de diversión en su voz cuando, al fin, dijo:—Por fin hueles a ti. Ya te extrañaba —comentó, mientras sus dedos tocaban su piel humedecida con suavidad.Enzo soltó una carcajada baja, su pecho vib
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