C18-NO ME TORTURES ASÍ. Claudia se acomodó en la mesa con un aire triunfal, cruzando las piernas y estirando la servilleta con exagerada delicadeza. Pero desde el primer bocado, sus ojos se clavaron en Gianna, como si quisiera diseccionarla con la mirada y su mente, todo encajaba demasiado mal. Durante meses había vigilado los movimientos de Adler, había presionado a conocidos y hasta intentado sonsacar información en los círculos sociales más altos de Berlín. Y nadie había oído hablar de alguna amiga, ni amante, ni mucho menos prometida. Para Claudia, aquello solo significaba una cosa: Adler la había recogido de la nada. Y la nada, en su cabeza, se traducía en una dependienta de una tienda departamental, una empleada de bajo nivel, alguien que jamás podría sostener un papel entre la élite. —Vaya, Anna —dijo en tono meloso, pero con filo venenoso—. Se nota que no vienes de un ambiente como este. Imagino que... debes sentirte un poco… fuera de tu elemento. Gianna alzó la

C20-LA INDICADA.EUROPA DEL ESTE.La noche cubría el edificio abandonado en las afueras de Praga y Grayson avanzaba primero, con el rostro oculto tras una máscara táctica y el rifle ajustado contra el hombro. A su espalda, seis hombres vestidos de negro lo seguían en silencio absoluto. No eran novatos: eran ex SEALs, Rangers, hombres que habían dejado el uniforme, pero no la precisión letal.Las botas resonaron contra el cemento cuando la puerta principal fue volada con una carga controlada y el estruendo fue el inicio de un infierno. Gritos, disparos, ráfagas de metralleta, en segundos el lugar se convirtió en un campo de guerra.—¡A la izquierda, cubran el pasillo! —ordenó Grayson.Dos de sus hombres se desplazaron, respondiendo al fuego enemigo con precisión, mientras los cuerpos de los enemigos caían uno tras otro. Pero Grayson avanzaba sin miedo, con un solo objetivo en mente: Gianna. El pecho le ardía con cada habitación que abría, con cada rostro que no era el de ella y detr

C22-ELLA HABÍA DESAPARECIDO.El aire en el salón se volvió denso y Adler no apartaba la mirada de Claudia, fría como un cuchillo recién afilado y con ganas de asesinarla. Pero de repente su atención se desvió un segundo hacia el hombre que estaba a su lado. El traje impecable, las gafas rectangulares y el aire intelectual lo delataron: un arquitecto de renombre en Berlín, alguien con las conexiones correctas para abrirle las puertas a círculos exclusivos. Comprendió de inmediato lo que Henry le había dicho días atrás: Claudia había encontrado su llave de acceso a la alta sociedad. Y aún así, una pregunta lo golpeó con violencia: ¿sabrá ese idiota el pasado sucio de la mujer que lo acompaña?Claudia, en cambio, estaba disfrutando de la atención que había acaparado.—Qué curioso, Anna —dijo con tono almibarado pero cargado de veneno—. No sabía que ciertas personas pudieran moverse con tanta gracia en un evento como este. ¿O será que alguien te entrenó muy bien para fingir que encajas?E

C24-UN DIABLO CON CARA DE ANGEL. Sin separar sus labios de los de ella, Adler la levantó con facilidad y Gianna solo atinó a enredar los dedos en su cabello, perdida en el sabor de su boca. Él, con un brazo fuerte alrededor de su cintura, la arrastró hacia el tocador; su mirada era oscura, posesiva, y no dejaba lugar a preguntas. Y con un movimiento brusco barrió todo lo que había sobre la superficie de madera. Perfumes, joyeros y cepillos volaron por los aires, estrellándose contra el piso en una explosión de cristales rotos y sonidos agudos. —¡Adler! ¡Mis cosas… las rompiste todas! —gritó Gianna, sobresaltada, su voz entrecortada por el jadeo. Él se inclinó, acercando sus labios a su oído y su voz fue un gruñido ronco que le erizó la piel. —Callada. Te compraré todo de nuevo. Pero ahora necesito esto...Necesito probarte. La sentó bruscamente sobre la superficie despejada del tocador y la madera estaba fría bajo las nalgas desnudas de Gianna. Los besos de Adler ya no buscaban

C26-¿CUÁNTOS DÍAS HAN PASADO?En una clínica privada en Bulgaria, el cuarto permanecía en penumbras, iluminado solo por la tenue luz de las máquinas que registraban los latidos de la vida de Grayson. Su cuerpo, aún débil, permanecía conectado a sondas y vendas que rodeaban su torso herido. En su mente, sin embargo, no había dolor. Soñaba. Veía a Gianna, con apenas dieciocho años, corriendo hacia él con una sonrisa luminosa cuando le regaló su primer auto. «—Gracias, Gray… eres el mejor hermano del mundo —susurraba ella, abrazándolo con fuerza. Él la sostenía contra su pecho, sonriendo con ternura. —Siempre lo seré… mi hermanita —murmuraba, acariciándole el cabello.» El recuerdo lo golpeó tan real que dolía y su respiración comenzó a agitarse, los monitores se aceleraron, y su voz quebrada escapó en medio de su sueño. —Gianna… Gianna… De pronto sus ojos se abrieron, azules y turbados, buscando con desesperación un ancla. En ese instante la pu