C31- LA MÁS HERMOSA DE TODAS.El amanecer la encontró con el ceño fruncido. Sara había salido temprano de la mansión, mucho antes de que Mason despertara. La sola idea de verlo después de lo que había ocurrido en la ducha la desarmaba. Se sentía avergonzada de sí misma, de haberle permitido tocarla, de haber sentido su cuerpo estremecerse con el suyo. Esa debilidad era precisamente lo que no quería mostrarle y por eso había huido sin mirar atrás.Se obligó a enterrar esos pensamientos mientras repasaba los documentos en la oficina de la tienda, pero cada línea se volvía difusa con la memoria del agua caliente, de sus labios, de su voz ronca susurrando su nombre.Se mordió el labio, furiosa consigo misma.De repente, el teléfono vibró sobre el escritorio y su corazón se aceleró al ver el nombre en la pantalla. Por un instante estuvo a punto de rechazar la llamada, pero al final deslizó el dedo y se lo llevó al oído.—¿Bueno? —dijo, fingiendo normalidad.Del otro lado llegó esa voz grav

C33-BULDOG CONSTIPADO.Mason apenas respiró cuando la vio bajar de las escaleras. No era solo que Sara estuviera hermosa, era que con ese vestido rojo parecía haber nacido para brillar en un lugar como ese. Los invitados se quedaron boquiabiertos, algunos incluso dejaron sus copas a medio camino y él no pudo ocultar la sonrisa cargada de orgullo y posesión que se dibujó en su rostro.Esa era su esposa, y no había hombre en el salón que pudiera ignorarlo.Tom Leclair, que la llevaba del brazo, infló el pecho y se inclinó hacia ella.—Sabía que ibas a eclipsar a todas esta noche, pequeña.Sara se sonrojó y Mason se acercó a pasos largos y Tom le entregó la mano de su esposa con un gesto solemne.—Te ves impresionante —murmuró, sin importarle quién lo escuchara.—Dale las gracias a tu abuelo… él fue quien me lo regaló.Estaba por ponerse su vestido cuando llamaron a la puerta. Una empleada le entregó las cajas con el sello de Chanel, diciendo que era un regalo del señor Leclair. El vesti

C35-¿QUÉ HACES CON ESA CAJA?El beso comenzó como un juego, un roce de labios cargado de la tensión que habían acumulado desde lo que pasó en la ducha. Una cosa llevó a la otra, como siempre ocurría entre ellos, y de pronto Sara estaba sentada sobre la madera pulida del escritorio del abuelo, con el vestido subido hasta el abdomen y las piernas abiertas de par en par, mientras Mason se arrodillaba frente a ella, devorándola como si fuera el último manjar.Ella gimió, aferrándose con fuerza a su cabello, hundiendo los dedos en ese cabello rubio mientras su boca trabajaba con una ferocidad que la hacía ver estrellas detrás de los párpados.Cada lamida era una promesa y cada succión un viaje directo al éxtasis.—Shhh —murmuró él, apartándose un instante—. Si haces ruido, nos atraparán. Y no pienso compartir este sonido con nadie.—¿Cómo quieres que no grite si…? —su protesta se quebró en otro gemido cuando Mason introdujo dos dedos dentro de ella, encontrando ese punto exacto que la hací

C37- SIGUE Y NO PARES.Kenyi cerró la puerta a sus espaldas, la habitación estaba sumida en una oscuridad casi total, pero a él le daba igual. La droga le corría por las venas como lava, nublando cualquier pensamiento que no fuera la necesidad urgente de liberarse de la ropa que le pegaba al cuerpo. Se arrancó la camisa y los pantalones de un tirón torpe, quedando de pie, desnudo, en medio de la penumbra y el frío del aire acondicionado le golpeó la piel caliente, haciéndole jadear.—Joder… sí…Su polla estaba dura como una roca, apuntando hacia el techo con una tensión casi dolorosa. Se llevó una mano al miembro y lo masajeó con brusquedad, emitiendo un gruñido bajo.—Tranquilo, Goku —masculló entre dientes—. Esta noche no hay acción para ti. Te has portado mal.En la cama, Priscilla, con los ojos aún cerrados, frunció el ceño. «¿Quién es Goku? ¿Su mascota? Eh… pero Mason no tiene mascota.» El pensamiento fue tan absurdo que casi la sacó del letargo, pero el deseo era más fuerte.Ya

C39-MUDARNOS.Sara se quedó congelada con la caja cerrada en el regazo y las mejillas encendidas, como si la hubieran sorprendido robando.—Yo… solo tenía curiosidad… la vi y...Margaret avanzó un par de pasos hasta arrancarle la caja de las manos.—Nada de lo que hay en esta casa tienes derecho a revisar. ¿Entiendes? No eres nadie aquí.Sara apretó la mandíbula y, aunque la humillación le dolió, no tardó en recomponerse.—¿Por qué estás tan alterada, eh? ¿Acaso lo que hay ahí es lo que creo?Los ojos de la mujer se entornaron, llenos de veneno, y dio un paso más, mirándola de arriba abajo como si pudiera borrarla de la existencia.—Escúchame bien, maldita asiática… aquí no vas a durar mucho. Porque te aseguro que te irás en menos tiempo del que piensas.El insulto le caló hondo, pero en lugar de quebrarla, encendió una chispa de orgullo.—¿Asiática? —repitió Sara con una sonrisa helada—. Sí, soy coreana, y estoy orgullosa de cada parte de mí, incluso la que te hace sentir inferior ca