Sus labios humedecen mi piel y sus dientes se clavan como si mi hombro fuera el bistec premium que cualquiera se babea por comer.—No me canso de decirte cuánto me gustas —me arqueo al sentir su palma en mi nalga, acariciando mi tatuaje de arriba hacia abajo, amasándolo sin contener sus morbosas ansias de toquetearme cuánto le plazca.—Te fascino —me pongo arrogante porque sé lo que le pasa conmigo. Si está aquí, en mi cuarto dándome lo que bien podría estar dándole a cualquier otra es por una sola razón: le gusto, y demasiado.—Tampoco tanto, cosita —besa debajo de mi oreja y muevo la cabeza al lado opuesto, ofreciéndole todo mi cuello.Me muerdo los labios, tirando de ellos con mis dientes ya que no existe mejor caricia que los besos bien dados en el cuello.Besos mojados, de los que se toman su tiempo en marcarte piel. Que te calientan, que te ponen a maquinar travesuras, que hacen arder la sangre.—Al menos yo soy buena mintiendo —le digo jadeante.Separa mis glúteos riéndose tan
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