El aire tenía el dulzor del sur de Grecia, una mezcla de sal, aceite de oliva y buganvillas florecidas. En el pequeño pueblo de Kardamyli, Alina Renn se sentía segura. Vivía en una villa discreta, cerca del mar, con vistas al Egeo. Iba a la playa en las mañanas, escribía en su diario por las tardes y disfrutaba del vino local al atardecer. Estaba convencida de que lo peor había pasado. Había vendido los videos a un contacto turbio, conseguido suficiente dinero para empezar de nuevo, y eliminado toda evidencia que la vinculara con su pasado. Esa tarde, estaba en su terraza, con un vestido blanco de lino y las piernas cruzadas, leyendo a Marguerite Duras mientras bebía vino frío. Sus labios se curvaron en una sonrisa. Había vencido. Kilian había caído. Céline también. Lo que no sabía era que, en algún rincón de Belvaronne, una mujer enfurecida y poderosa se había movido con precisión quirúrgica. Clarisse Valtieri había ofrecido una recompensa a discreción por cualquier pista sobre el
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