24. LA PRUEBA A LEONARD
El señor Leonard se gira despacio y comprueba que es cierto, que nos hemos sentado lejos de él. Respira profundo, tratando de pensar, mientras afloja su corbata y se sienta detrás de su escritorio. En silencio, puedo observar cómo recorre mi cuerpo con su mirada lentamente. Me enderezo. Sé que le gusto, y hoy Lúa me trajo un conjunto de zayas azul cielo que me hace lucir muy sensual. Había dejado mi cabello suelto y pintado mis labios levemente. Leonard traga en seco, vuelve a aflojarse la corbata y se pasa la lengua por los labios, saboreando el rastro del crayón de labios que le quedó del beso que le di al llegar. —Señorita Clío, quiero asegurarme de que esté comprometida al cien por ciento con lo que hemos acordado —dice despacio, como si cada palabra estuviera cuidadosamente medida—. Por su bien, por el mío y, sobre todo, por la imagen que proyectamos. Ese beso… —Es por eso que acaba de decir, señor Leonard. ¿O va a decir que no me estoy tomando esto en serio? —repli
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