El tren avanzaba a través de la oscuridad, las luces parpadeando en el interior del vagón mientras Samantha observaba, absorta, el mapa extendido sobre la mesa frente a ella. Aunque la carrera hacia el monasterio había comenzado, la sensación de urgencia no se disipaba. Era como si algo estuviera al acecho, una presencia invisible que había comenzado a notarse desde que habían dejado la librería.Alexander, sentado frente a ella, parecía tan imperturbable como siempre, pero ella sabía que algo en su rostro, algo en la tensión de sus hombros, indicaba que no estaba tan tranquilo como pretendía. El hombre de la librería, la misteriosa figura que los había confrontado, aún rondaba en su mente. Había algo sobre él que no encajaba. Había sentido que la mirada de ese hombre no era solo una amenaza, sino algo más, algo personal.Pero la prioridad, por el momento, debía ser el artefacto. El monasterio era el siguiente paso. Aunque las leyendas sobre él hablaban de un lugar antiguo, casi olvid
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