El sol entraba tímidamente por los grandes ventanales, filtrándose entre las cortinas de voile blanco, sus rayos de luz se deslizaban por las paredes tapizadas en terciopelo. La cama amplia se alzaba en el centro de la habitación, vestida con sábanas que olían a cedro y sándalo. Gabriele abrió los ojos lentamente, aún aferrado al calor de los lienzos del sueño. La noche anterior volvió a él como una secuencia difusa, pero imborrable, fragmentos de caricias, suspiros entrecortados y la voz grave de Luciano, susurrándole que lo deseaba. Todo había sido lento, íntimo y maravilloso, como una obra de arte construida con lujuria y adoración.Gabriele se giró en la cama con cautela, Luciano aún dormía, boca arriba, con una mano sobre el abdomen y bajo ella, se insinuaban unos músculos tonificados, definidos con natural belleza. Gabriele se quedó mirándolos, con fascinación, admiración y algo parecido al asombro. ¿Cómo era posible que alguien como Luciano, tan excepcional, estuviera ahora junt
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