C81-LOS SOPLONES TERMINAN BAJO TIERRA.El restaurante era de esos lugares caros de París. Camille entró con paso inseguro y en la mesa del fondo, el hombre la esperaba.Era alto, de cabello entrecano peinado hacia atrás y traje italiano impecable. Se levantó cuando la vio, haciendo una pequeña reverencia exagerada.—Me alegra que hayas venido —dijo, tomándole la mano con demasiada familiaridad—. Sabía que no arriesgarías su libertad... aunque él no merece tu lealtad, gatita.Ella retiró la mano como si le hubiera quemado.—Solo dígame qué quiere.El hombre se recostó en la silla, mirándola con descaro.—Sabes lo que quiero, Camille. A ti, entregándote... pero me has rechazado muchas veces. Y... bueno, he tenido que cambiar de objetivo.Ella lo miró, confundida.—¿De qué habla? ¿Cuál objetivo?Él se rio, inclinándose de nuevo. Sus ojos, fríos, no se apartaban de ella.—Tu querido Stefan tiene algo que necesito. Y si quieres que no se sepa su secreto, entonces tendrás que conseguirlo pa

C83-DILEMA MORAL.El club estaba casi vacío.Y en el fondo, el juez Matthieu Chavalier sostuvo el vaso de whisky y lo giró con calma antes de hablar.—Mi gatita ya aceptó conseguirlo para mí —dijo, y tomó un sorbo largo —. Cuando estén en mis manos, esos puertos y los camiones serán para tu jefe.El juez había estado en la nómina de la mafia italiana durante años, cerrando los ojos ante ciertos "negocios" a cambio de generosas sumas de dinero.Y cuando el jefe le pidió conseguir las rutas y contactos de Theo Vasilakis, ofreciendo una cantidad que haría palidecer sus sobornos habituales, el juez no podía creer su suerte.Era como si el destino hubiera conspirado a su favor: justo cuando necesitaba esta información, Camille estaba enredada con su hijo. No entendía aún los motivos de ella para acercarse a Stefan, pero pronto lo descubriría, y mientras tanto, aprovecharía esta conveniente coincidencia.―Bien ―dijo el hombre mientras asentía.Era un ejecutor un hombre de rostro seco, barba

C85- CONFESIÓN.La puerta se cerró con un golpe seco. Camille se sobresaltó.—¿Qué estás haciendo, Camille?La voz de Stefan retumbó en la habitación como un trueno. No había gritado, pero el tono era puro veneno. Sus pasos resonaron contra el suelo de mármol mientras se acercaba.Camille tragó saliva, sus dedos temblaron. Intentó esconder el libro tras de sí, pero ya era demasiado tarde.—N-nada… solo buscaba un documento —balbuceó, dando un paso atrás.Stefan se detuvo frente a ella.Y sus ojos bajaron hacia el objeto entre sus manos y, al instante, algo cambió en su rostro.Lo reconoció. Ese maldito libro.—¿Un documento? ¿Como este?Se lo arrancó sin esfuerzo, lo abrió frente y hojeó apenas unas páginas.Camille palideció.Era el libro de rutas, aquel que sólo él, su padre y sus hombres de más confianza podían tocar. Su mirada se volvió oscura, como si una tormenta le hubiera nublado el alma.—¿Así que era cierto? —dijo, la voz subiéndole, de grave a dura—. ¿Le entregarías mis rut

C87- EL DEBER DE UNA ESPOSA.Eros estaba sentado detrás de su escritorio con los ojos fijos en el contrato que separaba a ambos hombres y cuando habló su voz fue baja, calculadora, cada palabra medida al milímetro.—Si no podemos garantizar un retorno del veintidós por ciento en los primeros tres trimestres, el acuerdo no tiene sentido —dijo, sin pestañear.El elegante hombre delante de él, abrió la boca para responder, pero un golpe en la puerta interrumpió la conversación y Eros apretó la mandíbula.—Pierre, ya te dije que no quería interrupciones —gruñó, sin apartar los ojos del documento.Pero la puerta se abrió de todos modos.—Bueno, pero si el empresario más ocupado de Paris no hace tiempo para almorzar, alguien tiene que traerle la comida y esa debe ser su esposa —dijo una voz dulce y juguetona.Eros contuvo el aire, porque al mirar, Lucy estaba en la puerta, con dos bolsas de papel en una mano y una sonrisa que le hacía cosquillas en el estómago sin aviso. Llevaba un vestido

C89-¿COMO DECIR TE AMO?Poco después, Eros tomó el teléfono sin soltar a Lucy de la cintura.—Pierre, trae ropa para mi mujer.— Colgó antes de que el asistente pudiera responder.Lucy enterró la cara en sus manos.—¡Dios santo, Eros! ¿Cómo voy a salir ahora? Seguro se van a dar cuenta de que tú y yo… que tú y yo…Él se carcajeó y la atrajo contra su pecho.—No dirán nada, a menos que quieran ser despedidos. No voy a tolerar chismes sobre mi mujer.— La besó en la frente y luego tomó una toalla pequeña para secarle el cabello húmedo. Porque sí, Eros tenía una habitación completa en su oficina.Lucy dejó que la mimara. La verdad era que le gustaba, aunque todavía sentía ese calor en las mejillas por lo que le había confesado.—Eros…— murmuró, girándose hacia él—. Lo que dije… es verdad. No fue solo por el momento. Yo…Él la calló con un beso suave.—No tienes que explicarme, conejita… Además, me acabas de dar mil años de vida con esa confesión.Ella sonrió y le acarició la cara.—Sé que