Capítulo 81. Narrador omnisciente: Gabriela permanecía en su oficina, sentada frente al escritorio, cuando Jorge entró sin anunciarse. Había esperado a que la jornada terminara, cuando el resto del equipo ya se había marchado, para poder hablar con ella sin interrupciones. El ambiente estaba en silencio, apenas si era roto por el zumbido de las luces y el ruido lejano del tráfico nocturno. —Necesito hablar contigo —dijo él, con tono serio. Gabriela levantó la vista de los documentos que estaba revisando. Lo miró con cautela, consciente de que las conversaciones con Jorge nunca eran neutrales. Siempre había algo latente, ya fuera tensión, reproches o un pasado que ninguno lograba dejar atrás. —Estoy escuchando —respondió, dejando el bolígrafo a un lado. Jorge cerró la puerta detrás de sí y se acercó al escritorio. No se sentó de inmediato, se tomó unos segundos para ordenar sus ideas. Al final, apoyó ambas manos sobre el respaldo de una de las sillas y habló sin rodeos. —Yo te

Capítulo 83. Narrador omnisciente: Jorge llevaba semanas en silencio, observando, analizando, uniendo piezas que parecían no encajar. Desde el homenaje a Elvira, la tensión en la familia Sandoval había aumentado de forma visible. Gabriela había salido fortalecida tras el ataque de Virginia, pero él no podía dejar de pensar en algo mucho más oscuro: la muerte de su abuela. La versión oficial seguía siendo un “trágico accidente de coche”. Una curva cerrada, un supuesto fallo de frenos, un impacto fatal. Nada más. La policía había cerrado la investigación hacía meses, aunque oficialmente mantenía abierto el expediente por falta de pruebas concluyentes. Para Jorge, aquella explicación nunca fue suficiente. Conocía demasiado bien a Elvira como para creer que su final se debía a un simple error mecánico. Había encontrado, gracias a Gabriela, fragmentos de notas que su abuela había dejado escondidas en la casa de campo. En ellas, Elvira hablaba de sentir que la vigilaban, de que su prop

Capítulo 85. No me dejaba en paz la sensación de que todo estaba escalando demasiado rápido. Arturo había cruzado una línea tan peligrosa que no podía darlo por terminado, y Virginia llevaba semanas sin aparecer, lo cual me preocupaba aún más. Cuando el enemigo se escondía, significaba que estaba preparando el siguiente golpe. Y yo lo sabía. No era ingenua. Esa mañana estaba en la oficina, revisando pendientes mientras Adrián dormía en la habitación contigua. Tenía un pequeño espacio adaptado para él porque, sinceramente, ya no confiaba en dejarlo demasiado tiempo fuera de mi vista. Jorge estaba en una reunión, y María me había insistido en quedarse en casa para recuperarse del brazo. Yo había accedido, pero sentía que algo podía pasar en cualquier momento. El silencio se rompió con un ruido seco en el pasillo. Al principio pensé que era personal de limpieza o alguien que había dejado caer un objeto, pero luego escuché pasos apresurados, muy distintos al ritmo habitual de la ofici

Capítulo 87. Pensé que lo peor ya había pasado después de firmar la denuncia contra Virginia. Ingenua de mí. La guerra acababa de empezar y, como en todas las guerras, no iba a haber aliados limpios ni batallas sencillas. Dos días después de estampar mi firma en ese papel que marcaba un antes y un después, recibí una llamada inesperada: Arturo quería verme. Al principio pensé en negarme. ¿Qué podía querer de mí? Él siempre había jugado a dos bandas, arrimándose al sol que más calentaba, y yo no tenía la menor intención de prestarme a sus manipulaciones. Pero me insistió tanto, asegurando que tenía “información crucial” para mi denuncia contra Virginia, que al final accedí. Eso sí: lo cité en el despacho, con Jorge presente. No pensaba quedarme a solas con él ni de broma. Cuando entró por la puerta, con ese aire de tiburón disfrazado de ejecutivo elegante, ya supe que traía algo entre manos. Llevaba una carpeta gruesa y un pendrive que depositó sobre la mesa como si fueran lingote

Capítulo 89.No sabía si lo que sentía era rabia, miedo o una mezcla de ambos. Abrí la puerta de la oficina y, al instante, mi teléfono empezó a sonar como si no tuviera vida propia. Eran llamadas de periodistas, mensajes de WhatsApp, notificaciones de redes sociales explotando en tiempo real. Todo a la vez.Me apoyé contra el marco de la puerta, respirando hondo. Aún tenía a Adrián en brazos; su pequeño cuerpo temblaba un poco, confundido por el caos que lo rodeaba. Jorge estaba fuera, vigilando la entrada, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, como si estuviera dispuesto a aplastar al mundo por protegernos. Lo miré, y él solo asintió, dándome un gesto de tranquilidad que no podía sentir de verdad.—Esto se ha salido de control —susurró.—Lo sé —respondí, tratando de no dejar que la voz me temblara—. Pero no voy a perder. No aún.Encendí el ordenador, y allí estaban los titulares. La pantalla se llenaba de frases que jamás pensé que vería: “Corrupción en la familia Sandoval: Ar