Asher estaba boca abajo, inmóvil. Su espalda era un mapa del castigo, surcada por líneas rojas y negruzcas, algunas ya formando costras, otras aún frescas, abiertas, respirando dolor. Encima, las hojas impregnadas de ungüentos ardían como brasas vivas al contacto con su carne, pero él no decía nada. Ni un quejido, ni una maldición. Solo su respiración, pesada, irregular, era la prueba de que aún no se había rendido.Su compañera, Luz lo observaba desde el suelo, con las rodillas cubiertas de tierra seca y la mirada enrojecida por la falta de sueño. Había pasado la noche velándolo, limpiando su fiebre, cambiando los vendajes improvisados. Cada vez que lo tocaba, él se estremecía como si su cuerpo ya no supiera distinguir entre dolor y alivio.—Asher —murmuró, su voz era un susurro, pero cargada de urgencia—. Tenemos que irnos. Esta misma noche. Hay un paso hacia el este… uno de los vigías me debe un favor. Podemos cruzar antes de que amanezca. Nadie sabrá que escapamos.Él no respondió
Leer más