Nuestras respiraciones juegan entre sí, cálidas, entrecortadas. Ella está sobre mí, nuestras frentes se unen mientras sus labios entreabiertos exhalan su placer. Echa la cabeza hacia atrás, sosteniéndose de mi cuello, moviéndose lento, hundiéndose hasta hacerme temblar. El sudor resbala entre sus pechos, sus pezones duros, tentadores. Sus formas son perfectas. Una delicia verla así, desnuda, entregada. Mi lengua recorre su cuello, mis dientes lo atrapan con deseo. Anhelaba sentirla, anhelaba hacerle el amor. —Ah... Georgina... mi amor... —susurro contra su piel. Mi cabello está despeinado, no sé cuántas veces ha tirado de él con desesperación. La intensidad de sus movimientos me sorprende. Su vientre, grande y hermoso, no impide que se mueva sobre mí con la misma destreza. Es la tercera vez que me corro. Georgina, de espaldas, se sostiene del borde de la cama, mientras mis fluidos se deslizan por sus muslos. —Ah... —gime, estremeciéndose. —Cuánto te extrañé... —murmuro antes
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