La tarde era tibia y suave, con un sol perezoso filtrándose entre los cristales del invernadero. Camila estaba sentada entre cojines y mantas ligeras, con el bastidor sobre el regazo y la vista perdida entre puntadas de hilo celeste.El embarazo avanzaba con tranquilidad y, pese a la distancia que aún sentía con Leonardo, se permitía momentos de quietud y esperanza.Entonces, escuchó el leve roce de las ruedas sobre el piso pulido.Leonardo entró con expresión neutra, como casi siempre, pero algo en su mirada era diferente. Llevaba una pequeña caja en la mano, negra, de terciopelo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la sostuvo frente a ella, sin adornos ni preámbulos.—Esto debí habértelo dado el día de la boda —dijo simplemente.Camila lo miró, desconcertada, antes de tomar la caja con suavidad. Al abrirla, se encontró c
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