Habían pasado varios días desde que Leonardo contactó al abogado por la nota del exnovio de Camila. Aunque el recuerdo aún pesaba en el ambiente, como una nube gris que nunca desaparecía del todo, en apariencia todo había vuelto a una rutina más tranquila.
La tensión que se había instalado entre ellos después del incidente, poco a poco, fue cediendo paso a una normalidad frágil pero acogedora.
Camila dormía un poco mejor. Las noches eran menos inquietas, y aunque los movimientos del bebé empezaban a ser más frecuentes e intensos, ya se había acostumbrado a esas pataditas nocturnas que la despertaban como pequeños avisos de vida. Había dejado de sobresaltarse con cada giro, y en su lugar, había empezado a hablarle con ternura, como si cada palabra tejiera una red invisible de amor y protección.
—No te preocupes,
La tarde era templada y tranquila. Una brisa suave entraba por las ventanas abiertas de la cocina, moviendo levemente las cortinas de lino blanco. El aroma dulce de la manzanilla llenaba el ambiente, mezclándose con el del pan recién horneado que Marta había sacado hacía poco.La radio sonaba en volumen bajo, una melodía instrumental que aportaba una calma casi irreal. Por un momento, todo parecía en equilibrio, como si el mundo les regalara una tregua.Camila estaba junto a la encimera, observando cómo Marta vertía agua caliente sobre una taza con flores secas. Sus manos reposaban sobre el vientre, que ya comenzaba a pesarle en ciertos momentos del día. Acariciaba el contorno con delicadeza, como si quisiera transmitirle al bebé esa tranquilidad del entorno. Le gustaban esas tardes simples, sin sobresaltos.Aunque fueran pocas, las atesoraba.Pero la paz fue interrumpida
Los días siguientes fueron una mezcla extraña de calma tensa. Desde el amanecer hasta bien entrada la noche, la finca mantenía ese aire apacible, casi como si el tiempo se hubiera detenido, pero por debajo de esa aparente serenidad, algo se movía.Camila continuaba con sus rutinas, se esforzaba por mantener la normalidad, pero su sonrisa ya no era tan espontánea como antes. A veces se le escapaba una mueca de tristeza al mirar por la ventana. A veces, su mirada se perdía por segundos largos en algún punto del jardín.Leonardo lo notaba, lo notaba todo, aunque no dijera nada. Desde la conversación en la cocina, su forma de protegerla había cambiado. Ya no se trataba de gestos visibles o palabras de consuelo. Ahora su cuidado era más silencioso, más estratégico y mucho menos controlador.La forma en que pedía a los empleados mantener discreción, la manera en que preguntaba a Marta si Camila había dormido bien la noche anterior, o cómo ordenaba que re
El día amaneció nublado, con un cielo gris opaco que parecía anticipar lo que sería una jornada tensa.Las nubes pesadas cubrían la finca como una manta de incertidumbre, y una brisa fresca, casi desapacible, se colaba por las rendijas de las ventanas, acariciando con frialdad los pasillos. No llovía, pero el aire olía a tormenta contenida.Camila lo notó apenas abrió los ojos, con una sensación vaga de presión en el pecho, como si algo estuviera por ocurrir.Desayunó en el invernadero, como había comenzado a hacer en los últimos días. Se había convertido en su espacio seguro, un lugar donde podía pensar sin sentir miradas encima. Las plantas altas, los muebles de hierro forjado y la calidez de los rayos tímidos del sol le ofrecían una tregua del ambiente cada vez más silencioso que el comedor principal.
Los días siguientes a la conversación en el despacho se llenaron de un silencio más espeso que de costumbre.Era un silencio que no se rompía con el sonido de los cubiertos en la mesa ni con los pasos discretos de los empleados por los pasillos. Un silencio que no gritaba, pero que dolía, como un nudo en la garganta que ninguno de los dos se atrevía a desatar.Camila y Leonardo apenas cruzaban palabras más allá de lo estrictamente necesario. No había discusiones, pero tampoco complicidad. Ninguno quería revivir la conversación sobre el matrimonio, pero ambos sabían que estaban avanzando hacia él.No por amor. No por deseo.Sino por protección. Por necesidad.La decisión flotaba entre ellos como una nube de tormenta suspendida en el aire, inminente, inevitable. La tensión se notaba en los gestos pequeños: en cómo Camila dejaba la taza un poco más fuerte sobre la mesa, en cómo Leonardo evitaba mirarla cuando se cruzaban en los pasillos. Se comportaban como dos extraños que sabían demasi
El cambio para Camila fue sutil al principio. Apenas perceptible para quien seguía encargándose de las mismas cosas en la casa.Pero Camila, que había aprendido a notar las pequeñas variaciones en los gestos de los demás, lo sintió como una ola silenciosa que se extendía por toda la casa.Desde el día en que firmaron el acta de matrimonio, algo había cambiado. No entre ella y Leonardo en términos de cercanía, sino en el modo en que los demás la miraban. Marta, siempre cálida y cercana, ahora la trataba con una deferencia distinta. Le ofrecía todo antes de que lo pidiera, evitaba corregirla incluso en los detalles más triviales, y se refería a ella como «la señora» delante de los empleados.—¿Quiere que le lleve el té al salón, señora? —preguntó una mañana una de las
La tarde era tibia y suave, con un sol perezoso filtrándose entre los cristales del invernadero. Camila estaba sentada entre cojines y mantas ligeras, con el bastidor sobre el regazo y la vista perdida entre puntadas de hilo celeste.El embarazo avanzaba con tranquilidad y, pese a la distancia que aún sentía con Leonardo, se permitía momentos de quietud y esperanza.Entonces, escuchó el leve roce de las ruedas sobre el piso pulido.Leonardo entró con expresión neutra, como casi siempre, pero algo en su mirada era diferente. Llevaba una pequeña caja en la mano, negra, de terciopelo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la sostuvo frente a ella, sin adornos ni preámbulos.—Esto debí habértelo dado el día de la boda —dijo simplemente.Camila lo miró, desconcertada, antes de tomar la caja con suavidad. Al abrirla, se encontró c
La noche era silenciosa, apenas interrumpida por el murmullo lejano de los árboles mecidos por el viento. La brisa golpeaba suavemente contra los cristales de las ventanas, produciendo un sonido rítmico, casi hipnótico. Dentro de la casa, todo dormía, o al menos, eso parecía.Las luces del pasillo estaban apagadas, y solo algunas lámparas de emergencia arrojaban una débil claridad sobre los pisos de madera pulida.Leonardo no conseguía pegar un ojo. El insomnio se había vuelto un visitante recurrente desde hacía años, pero esa noche en particular lo mantenía más inquieto de lo habitual.Estaba en la sala del ala este, un espacio que solía evitar. Allí se acumulaban demasiados recuerdos. Fotos antiguas, libros que no había vuelto a abrir desde el accidente, y una lámpara con la pantalla rota que se había negado a reemplazar, como si conservar ese detalle imperfecto le recordara que no todo tenía arreglo, como él.No sabía por qué había vuelto
Las semanas siguientes al beso marcaron un antes y un después en la relación entre Camila y Leonardo. Sin necesidad de hablar demasiado, algo entre ellos había cambiado.Leonardo no se transformó de la noche a la mañana en un hombre cálido o expresivo, pero su actitud se suavizó, sus gestos se volvieron más constantes, más íntimos, más humanos.Camila, por su parte, comenzó a sentirse verdaderamente protegida. No solo por las cámaras de seguridad que rodeaban la finca, ni por los guardias. Se sentía protegida por su presencia, por el modo en que estaba pendiente de sus horarios de comida, de sus chequeos médicos, de su descanso sin tanta presión, sino por lo que sentía hacia ella.Había mañanas en que despertaba con un pequeño desayuno servido cerca de la cama. No eran grandes banquetes, sino pequeños de