El sol de Nekarau abrazaba con calidez la imponente mansión, ahora hogar de Brian e Inés. Ella flotaba sobre un enorme inflable en la piscina, un bikini verde esmeralda resplandeciendo bajo los rayos, mientras la música le hacía sonreír. De repente, su teléfono vibró, rompiendo la calma. 📳 —¡Hola, Vic! —contestó, frunciendo el ceño—. Pensé que no llamarías. —Perdón, princesa, he estado ocupado. Sabes que mañana viajo a Asia y mi jefe está insoportable —se disculpó una voz masculina y melosa al otro lado de la línea, con un telón de fondo de bocinas y bullicio de la ciudad. —Lo sé. Yo también lo lamento por molestarte, pero mi ansiedad ya no puede más —confesó Inés, mordiéndose las uñas con nerviosismo—. ¿Lo conseguiste? ¿Ella será invitada? —Sabes que Vic siempre cumple, preciosa. Pero ya sabes lo que espero a cambio: mi auto para finales de invierno. Quiero disfrutar la primavera en Francia en él —replicó el hombre con una risita, un tono de complacencia en su voz. —¡Te adoro, e

Antón y Yalens salieron de la propiedad y se dirigieron a un taxi. Con sus gorras y gafas de sol, se sentían como si estuvieran huyendo, dos fugitivos en un día cualquiera. —¿Y ahora a dónde me llevas, cariño? —preguntó Antón con un toque de sarcasmo en su voz. Yalens se encogió de hombros mientras se acomodaban en el asiento trasero. Luego se inclinó hacia el conductor. —Buongiorno, per favore, portateci al Monastero di Santa Chiara! —dijo ella con una sonrisa. La mención del lugar hizo que el cuerpo de Antón se tensara de repente. Su mente se llenó de preguntas. ¿Por qué ese lugar? Una sensación de inquietud se apoderó de él. —Quiero presentarte a alguien —le dijo Yalens, notando su rigidez y sacándolo de sus pensamientos. Antón se quedó inmóvil, como si estuviera a punto de ser llevado a un lugar de fusilamiento. Se sentía completamente fuera de lugar, como una pieza de ajedrez que no sabía dónde iba a ser movida. Al bajar del auto, Yalens miró a Antón con preocupación. Él es

—Haremos lo siguiente —dijo Yalens, invitando a Dennis a tomar asiento. Dennis se sentó, expectante. —A partir de ahora, serás ascendida. Te nombro la nueva directora del Grupo Reymond. Dennis abrió los ojos de par en par, negando con la cabeza, incrédula. —¿Se ha vuelto loca, señorita? ¿Cómo podría yo? Yalens tomó las manos de Dennis con una sonrisa tranquilizadora. —¿Por qué no? Dennis, eres la mejor. Has estudiado y no pienso dejarte como mi asistente personal toda la vida. Como el grupo ya está libre y bajo mi control, no necesito convocar a ningún directivo para hacerlo. Por favor, Dennis, te necesito en esto. El corazón de Dennis latía con fuerza. Yalens confiaba en ella más de lo que ella misma lo hacía. Su trabajo las había unido, y con el tiempo, su relación se había convertido en una amistad genuina, casi como si fueran familia. Dennis no sería capaz de ver sufrir a Yalens. —Bueno, señorita, se lo agradezco. No la defraudaré —expresó, aceptando el desafío con

Antón se sentía acorralado. No podía investigar a ese hombre ni a Yalens sin despertar sospechas, y mucho menos pedirle ayuda a Dustin, ya que Dennis podría darse cuenta. Con una búsqueda rápida en línea, descubrió que él hombre era Bastian Leroux, un magnate de la moda en Francia, un enigma cuya vida privada era un secreto. La frustración lo consumía. Esa semana, su consumo de cigarrillos y licor aumentó. La ansiedad lo devoraba. La noche anterior, inmerso en el trabajo con Inés en su oficina, aprovechó para preguntarle de manera sutil si conocía a Bastian. Inés había estado sembrando semillas de duda en Antón durante meses. Le contaba anécdotas de cuando estudiaba con Yalens, dejando entrever que su esposa salía con muchos hombres. Había planeado ese momento. —No conozco muy bien a ese hombre. Es un enigma. Siempre que aparece en una pasarela, solo lo hace al final, y su círculo cercano es muy restringido —dijo Inés, fingiendo pensarlo—. Sabes, puedes preguntarle a Yalens. Es una

Yalens, Emily y Michael llegaron al club y se ubicaron en una mesa junto a la barra. Pidieron una botella de licor, buscando ahogar las tensiones del día. —¡Salud… por Yalens! —exclamó Emily, levantando su copa con una sonrisa radiante. —Salud —murmuraron los otros dos al unísono. Todos soltaron una carcajada, liberando el estrés de sus cuerpos. Por un momento, las preocupaciones quedaron afuera. Horas más tarde, el bullicio y la música los impulsaron al baile, hasta que Yalens necesitó un respiro y se dirigió a los sanitarios. Emily, al verla, la siguió de inmediato, notando una sombra de tristeza en su rostro. Una vez a solas en la intimidad del tocador, Emily posó una mano en el hombro de su amiga y, con voz suave, le preguntó: —Dime, querida, ¿qué sucede con tu esposo? Yalens suspiró profundamente, con los ojos anegados de confusión. —No lo sé, Emi. Durante el verano fue tan dulce. Me dijo que no siguiéramos el acuerdo, que me deseaba y quería verme feliz. —¿Y esta mañana?