—¡Hermanito, no me puedes dejar sola ahora! —sollozó Inés al otro lado del teléfono—. Papá me quiere casar y no sé con qué loco o monstruo. —Tranquila, Neni. Viajaré en un par de semanas. Déjame acomodar unos negocios que cierro este mes —respondió el hombre con voz calmada—. Te lo aseguro, papá no podrá interferir en tu vida. —¡Gracias, eres el mejor! —gritó Inés, eufórica. •°•°• Una semana después, bajo el intenso sol de verano, Anton regresaba de su viaje. —Señor, ¿adónde desea que lo llevemos? —preguntó Dustin, mientras salían del aeropuerto. —A la mansión, Dustin, gracias —respondió Anton mientras subía a su coche. Dustin asintió y le indicó el destino al conductor. Al llegar a la mansión, Anton se encontró con Dennis, que bajaba de la segunda planta con una pequeña maleta. —¡Buen día, señor Kalman! —saludaron las criadas, y Dennis repitió el saludo. —Buen día —dijo Anton, con una extraña sonrisa que tensó a las criadas. —Señorita Rossi, ¿dónde se encuentra la señora y c

En la mansión, el ambiente estaba tenso. Dustin y Dennis se miraban con preocupación. Sus jefes no aparecían y sus agendas, ya de por sí apretadas, estaban a punto de explotar. Marie, con su habitual sonrisa, se acercó a los asistentes ofreciéndoles tazas de café. —Es normal, ¿saben? Son una pareja de recién casados que ni siquiera tuvo luna de miel —musitó ella con una risita, como si explicara el asunto más obvio del mundo. Los asistentes se quedaron perplejos, intercambiando una mirada de desconcierto. ¿Recién casados por amor? La idea resonó en sus mentes, un tanto ridícula y un tanto inquietante. Ellos sabían bien que ese matrimonio había sido un frío acuerdo de negocios. Pero la ausencia de sus jefes, tan obsesionados con el trabajo, les hizo cuestionarse si algo había cambiado. Una sensación extraña viajó por sus mentes. Una pregunta silenciosa se formulaba: ¿Qué tanto iba a cambiar su mundo? °•°• —¿Cómo que no importa nuestro acuerdo? —inquirió Yalens, su pecho subía y

Brian se tocó la nuca, un gesto de nerviosismo, mientras se removía en su asiento frente al escritorio de Anton. —Ella… —suspiró profundamente—. No la he vuelto a ver desde que me fui hace más de tres años. Sabes que por ella rompí lazos con mis padres. La habrían lastimado si no me alejaba. Su mirada se endureció con determinación. —Era lo mejor para ella. Tenía un gran futuro por delante. Pero si el destino la vuelve a poner en mi camino, prometo que no la dejaré ir. Anton levantó su copa. La hizo chocar con la de Brian, y el sonido resonó en el silencio de la oficina. —Eso espero, amigo —sentenció. —Bueno, amigo, sabes… necesito pedirte un favor importante. De hecho, son dos —dijo Brian con un tono más serio. —Claro, dime. Si puedo ayudarte, lo haré —asintió Anton. —Necesito que me ensambles un auto, el mejor diseño que tengas, y lo necesito para finales de otoño —solicitó Brian. Anton arqueó una ceja, incrédulo. —¿Tan pronto, amigo? Estoy trabajando en un encarg

—Sabes, quería hacerte una invitación —dijo Yalens con una sonrisa que no podía disimular, mientras se peinaba el cabello frente al espejo del baño privado. Era evidente que estaba perdidamente enamorada. —Claro, dime. Asistiré —contestó Anton desde la sala, acomodándose la ropa. —¡Enviaré todo con Dustin! —exclamó Yalens, asomando la cabeza por la puerta del baño. Anton sonrió sin poder evitarlo. Ella era especial, y cada gesto suyo lo confirmaba. —Pero, por el momento, quiero ver qué quieren los Von Allmen —señaló Yalens, saliendo finalmente del baño. Anton asintió, tomándola de la mano. Al abrir la puerta de la oficina, la curiosidad lo invadió. —¿Por qué tanto interés? —le preguntó, deteniéndose un momento. —¿Qué querían? —inquirió ella, con un gesto desdeñoso que le hizo dudar. La actitud de Yalens le había hecho pensar que ya no sentía nada por Brian, pero el roce accidental cuando ella se sentó en su regazo lo había dejado confundido. —Era sobre su hermana. Va a

El corazón de Yalens se hizo añicos, y sintió que todo lo que creía real se desvanecía. La mentira de Brian resonaba en su mente. «¿Por qué había dicho que no la amaba?» Y la certeza en los rostros de Ines y Anton, la convicción de que él amaba a Yuna, le apretaba la garganta. —¿Estás bien, Yalens? —inquirió Ines, asomándose desde el cubículo de al lado. Yalens respiró hondo, esforzándose por sonar natural. —Sí, creo que comí demasiado hoy y mi estómago me jugó una mala pasada —respondió, saliendo para lavarse la cara. —Mmm, ¿estás segura? —sugirió Ines, saliendo también del cubículo, una sonrisa lasciva asomándose en sus labios. —No estarás esperando un pequeño Kalman, ¿verdad? La sangre de Yalens se heló. Su cuerpo se puso rígido al instante. —No... no, eso no es... —articuló con la voz entrecortada, y la palidez invadió su rostro. Ines se encogió de hombros y la observó. —A tu esposo le agradó la idea —añadió mientras salía, analizando la reacción de Yalens y soltando una