Unas semanas atrás, habían pasado la noche en la pequeña casa del bosque a la que habían bautizado como su refugio. Anton había salido a trotar, así que Yalens se levantó y preparó el café, poniendo algo de música. Con la taza en la mano, comenzó a danzar al ritmo de la melodía.

Cuando Anton regresó, encontró a su esposa moviendo el cuerpo de forma armónica con el violín y el piano de fondo. Se acercó a ella, la tomó de la cintura y la hizo girar, uniéndose a su baile. Yalens no se dio cuenta al principio, cegada por la imagen del cuerpo sin camisa y sudoroso de su esposo. Anton, que bailaba de maravilla, sintió el roce de sus cuerpos y la agitación del momento, que se convirtió en un torrencial instante sobre el sofá, lleno de gemidos y respiraciones agitadas.

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—¡Mmm! ¡Discúlpense, pero ya les toca! —Ines interrumpió el beso de la pareja, aclarando su garganta.

Yalens escondió su rostro ruborizado mientras notaba que la pista era desalojada y el DJ indicaba que la última pare