Todos los capítulos de El Padre de mi Esposo, un deseo prohibido : Capítulo 91 - Capítulo 100
110 chapters
90| Desear a un hombre prohibido
Parpadeo cuando veo la hora y son ya las seis y media, dirijo mi mirada al ventanal notando la oscuridad de la que hasta ahora no me había percatado ¿En qué momento anocheció? Afuera, la ciudad ya se tiñe de luces artificiales, y adentro solo queda el suave zumbido del aire acondicionado. Edward sigue en su escritorio, concentrado, con la mandíbula tensa y los dedos marcando un ritmo irregular sobre la mesa. «Es tan guapo» Su ceño se frunce dandole unaire arrogante, y su camisa se aprieta de forma deliciosa a sus bíceps que casi estoy babeabdo. «Calma tus hormonas Rossy, que no estás ovulando» No nos hemos dicho mucho en la última hora, pero su presencia ha sido constante, como un peso sobre mi piel. Cada vez que alzo la vista, él ya está mirándome. No dice nada. Yo tampoco. Suelto un suspiro cuando veo la hora otra vez. —Ya es tarde —digo, más para mí que para él. Empiezo a recoger mis cosas, torpemente, deseando no haberme quedado tanto. No debí quedarme tanto. Aunque en el
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91| Seducirlo
No sé en qué momento terminé la segunda cerveza, pero empiezo a sentirme… liviana. Un poco suelta. Tal vez demasiado cómoda con el hecho de estar compartiendo mesa y tragos con Edward Valmont. El mismísimo padre de mi mejor amiga. Edward se inclina un poco hacia un lado, saca su teléfono y frunce el ceño. Su mandíbula se tensa aún más cuando ve quién llama. —Es Arielle —murmura, como si necesitara justificarlo. Asiento, tratando de parecer tranquila, pero el solo escuchar su nombre hace que me enderece. Me recuerda lo que no debería estar haciendo. Lo que estoy haciendo. —Voy a contestar —dice, levantándose de su asiento con esa elegancia suya, la que no se despeina ni en un bar de cerveza artesanal. Lo veo alejarse y, sin pensarlo, llevo mis manos de prisa a mi blusa. Desabrocho dos botones. Solo dos. Suficiente para que mi escote tenga protagonismo sin parecer una desesperada. «¿A quien engaño? si estoy desesperada» Me revuelvo un poco el cabello con los dedos, dándole
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92| Pensamientos enfermos
El auto se detiene frente a mi edificio. Suspiro porque he sobrevivido. Apenas. Mis piernas están juntas, firmes, como si al mantenerlas así pudiera negar que algo acaba de fallar de forma estrepitosa. Literalmente. La costura de mi falda, rota justo en el muslo, amenaza con delatar mi más íntimo intento de seducción. Miro hacia la puerta, lista para huir con lo poco que me queda de dignidad, pero entonces siento la mirada de Edward sobre mi. Baja, despacio. Desde mi rostro hasta mis piernas. Y ahí se queda. Justo donde la tela se abrió sin permiso. Donde mi piel canela se asoma descaradamente bajo la luz tenue del farol. Donde el encaje negro de mis bragas se dibuja como un secreto que no debía descubrirse. Su mirada no es fugaz. Es una pausa. Una maldita pausa. Y yo no sé si es lástima, repulsión… o deseo. No quiero preguntarme eso, pero mi estómago da vueltas. Mi piel se eriza. Me siento atrapada entre la humillación y algo mucho más retorcido. Edward carraspea. Su voz es
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93| Recuerdo borroso
Perspectiva de Edward Valmont . La puerta del ascensor se cierra luego de que la dejo en su departamento, asegurándome de que ningún imbécil la vea con esa abertura en la falda y me apoyo en la pared de acero como si mi propio cuerpo necesitara recordarme que estoy hecho de algo más que deseo. Deseo por Rossy. La mejor amiga de mi hija. Desde la primera vez que la vi —aquella tarde en que Arielle la llevó a casa para que la conociera—, supe que estaba jodido. Era la nieta de mi gerente general, una jovencita con aire dulce, voz suave y un cuerpo hecho para tentar hasta al más c*brón de los hombres. Esa noche se rio de algo que dijo Arielle, y cuando la vi morderse los labios… fue como si una maldita chispa me prendiera fuego desde adentro. Agradecí el que eligiera mudarse a París, que se alejaran porque ella significaba demasiada tentación desde entonces, pero por otro lado, detesté la idea de ya no verla en casa con Arielle, de no poder deleitarme con su belleza. Porque
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94| Sus intenciones
El silencio del bosque que rodea la casa frente al lago me abraza apenas cruzamos el umbral. Es una quietud distinta, más íntima. El aire aquí huele a madera y la brisa de la tarde golpea mi rostro mientras avanzamos al interior de la casa. Mis tacones suenan apagados sobre la madera pulida, y no sé si es el cansancio o la tensión residual de la junta, pero siento cómo mis hombros bajan por fin. Pienso que quizá se debe a que este espacio de momento es nuestro, que aquí dentro se que Cassian es mío.Él cierra la puerta tras de sí, dejando caer las llaves sobre una bandeja metálica en la entrada. El sonido resuena en el espacio abierto, y por un instante, solo se escucha nuestra respiración. Él me observa en silencio, y yo le sonrío coqueta.—Voy arriba —digo, dispuesta a desempacar mis cosas, pues no hemos tenido oportunidad de arreglar nada.La vista al llago es perfecta. El sol se cuela por los ventanales, bañando todo de un dorado suave. Mientras coloco la maleta sobre la cama y emp
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95| Fiesta en Zúrich
Perspectiva de Cassian . Estoy de pie frente al espejo del vestíbulo, mirando mi reflejo mientras espero. Giro hacia la izquierda y me topo con mi reflejo. Los zapatos bien pulidos, la corbata perfectamente atada, la chaqueta ajustada a mi cuerpo. Todo está en su lugar, pero mi mente no puede dejar de desviarse hacia algo, o más bien, hacia alguien. Esa joven que ahora está arriba, en el dormitorio, preparándose para lo que, en cualquier otro momento, hubiera sido una noche insignificante. El sol se está apagando, dejando un tono dorado que se cuela a través de los ventanales. Sé que deberíamos irnos ya. La fiesta nos espera. Pero en este instante, no quiero estar en ningún otro lugar que no sea aquí, en esta casa frente al lago, con Arielle. Sus tacones resuenan en las escaleras, y por un momento, el sonido me hipnotiza. Me giro, y ahí está ella. Todo lo que puedo hacer es quedarme quieto, como un imbécil, mirando cómo baja con gracia, como si se tratara de una visión sacada
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96| Atrapados
La elegancia del salón me golpea en cuanto cruzamos el umbral. Lars Müller —el suizo que conocimos en la junta— nos recibe apenas entramos. Viste un traje oscuro impecable, su rostro es severo y su postura tan rígida como un soldado. Por un segundo me preguntó si todos aquí son así. Hasta que recuerdo a la mujer que lo acompañaba en la junta. —Bienvenidos —dice Lars sacándome de mis pensamientos, con una inclinación mínima de cabeza. La sobriedad de su presencia es suficiente para marcar el tono de la noche. Nos guía hacia el área de bebidas. El lugar está bañado en luces cálidas, discretas. No hay estridencia, no hay exceso. Solo copas de vino refinado, whisky añejo y, por supuesto, absenta suiza, la bebida nacional, brillando verde detrás de la barra. Todo esto grita lujo y dinero. Camino al lado de Arielle, sintiendo cada tanto el roce sutil de su vestido contra mi pantalón. No sé qué celebran —quizá solo la existencia de sus propias fortunas— pero todo en esta habitació
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97| Celosa
Agarro las muñecas de Laura con fuerza, no como para herirla, pero sí suficiente para que entienda que no voy a permitirle seguir. Ella parpadea, sorprendida. —¿Qué ocurre? —pregunta en un susurro, mirándome como si realmente no entendiera. Suelto sus muñecas con un movimiento seco. —No estoy aquí para eso —respondo, conteniendo el enojo que me sube por la garganta. Laura ladea la cabeza, estudiándome. Luego sonríe, todavía en ese modo seductor que me enferma. —¿Qué pasa? ¿No te gusto? —se atreve a decir, acercándose de nuevo. Elevó mi barbilla y cierro los puños a los costados, respirando hondo. —Puede ser. Pero no me gustas. —mi voz sale grave, áspera. No puedo decirle que la única mujer que me gusta es la que está abajo, hablando con su maldito esposo. No puedo decirle que mi cuerpo entero, mi mente entera, están rendidos a Arielle Valmont. Laura parece perpleja por un segundo. Como si no pudiera concebir que alguien le dijera que no. Saca su teléfono, pr
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98| Mantequilla
Perspectiva de Arielle.Bajo del regazo de Cassian después de ese beso intenso, aun sintiendo el eco de sus manos en mi cuerpo, me coloco con rapidez en mi asiento, sintiendo que todo dentro de mi tiembla, incluso sintiendo el palpitar entre mis piernas.Cassian arranca el auto con una brusquedad que me hace morderme el labio. Conduce rápido, sin importar nada, sintiendo esa misma urgencia que yo tengo de llegar a la casa junto al lago.Durante el trayecto no hablamos. Todo entre nosotros arde en el aire, en nuestras miradas breves, en la forma en que sus dedos se aferran al volante.Acomodo mi cabello y sonrió con picardía, cuando coloco mi mano sobre su muslo, lo acaricio y cuando veo esa sonrisa ladeada en sus labios, voy más arriba y comienzo a frotar su erección por encima de la tela.—Eres demasiado traviesa, leoncita —musita con la voz ronca, esa que además de su muy notoria erección, me indica que está excitado.—Te noto muy tenso, solo trato de ayudar a relajarte —le digo con
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99| Aun más profundo
El que haya dicho que nadie lo hace sentir como yo, hace mi ego se eleve sin que pueda contener la sensación. Saber que un hombre como él —que seguramente ha estado con muchas mujeres— me ponga por encima de todas, es sin duda algo que me hace sentir mucho más segura. Con mi mano esparzo su semen en mis pechos, siendo una completa descarada.Pero Cassian no me da tiempo de recuperar el aliento. Me toma de nuevo en brazos y me lleva a la cama.Su fuerza, su necesidad, su forma de poseerme tan completa me hace sentir pequeña, venerada… y suya.Me recuesta con suavidad brutal sobre las sábanas, me acomoda como si fuera su ofrenda personal.Su mirada me quema más que sus manos, y no hay un solo rincón de mi cuerpo que no sepa que es completamente suyo ahora.Me quedo ahí, temblando, mis pechos subiendo y bajando al ritmo acelerado de mi respiración mientras él se arrodilla entre mis piernas abiertas. Siento el aire frío en mi piel húmeda, y la combinación de su mirada y el contraste de tem
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