Mensualmente él le depositaba una suma fija para sus gastos.Además, le había dado una tarjeta negra sin límite de crédito.Pero cuando terminaron, Ana le devolvió todo, sin haber usado ni un centavo.Esto lo había irritado durante mucho tiempo.Y ahora...¿Quería sacarle dinero?—Si no pagas, vuelve a tu auto, aunque te advierto que no podrás regresar.Mateo estaba resignado.¿Qué diferencia había entre decir esto y no decirlo?Mateo:—Diez mil dólares.Ana:—Treinta mil dólares.Mateo, con cara sombría:—Veinte mil dólares.Ana, satisfecha, desbloqueó las puertas:—¡Trato hecho!Diego, que observaba todo, se resignó.Mateo subió al asiento trasero. Ana, por los veinte mil dólares, se forzó a recordarle:—Abróchate el cinturón.Después de ver cómo conducía Ana, Mateo obedientemente se abrochó el cinturón, con los nervios tensos.Estaba a punto de sugerir que él condujera, pero Ana ya había pisado el acelerador y dado la vuelta.Mateo y Diego sintieron que sus estómagos se revolvían.A
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