Mirando su hipocresía, sentí náuseas. Aparté su mano bruscamente:—No finjas preocuparte por mí.Martina, débil, casi se cae pero Diego la sostuvo, preocupado:—¿Por qué eres tan tonta, siempre pensando en los demás?Mario, junto a Martina, me miró con desprecio:—¡¿Ves, hermana Martina?! ¡Es una malagradecida! Te preocupaste por ella toda la noche, nos trajiste temprano a buscarla, ¡y ahora quiere maldecirte con la muerte!Intenté explicar, resignada:—La urna no es para ella...Diego se rio con sarcasmo, como anticipando mis palabras:—No me digas que la urna es para ti. Solo Martina creería eso. ¿Comprando una urna para dar lástima? ¿Crees que volveremos a creerte?Palidecí, sujetando la urna con los nudillos blancos:—La urna es realmente para mí, crean o no.Como era de esperar, nadie me creyó. Madre, autoritaria, señaló la urna:—O tiras la urna y te disculpas con Martina, ¡o no vuelves a esta casa!Pero esta urna es realmente mía, la elegí con Antonio. Tiene grabado su mensaje.
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